Con una sensibilidad a prueba de cinismos
El coming of age o drama de crecimiento (o como quiera llamárselo) es una verdadera institución cinematográfica, particularmente en Hollywood. El paso de la niñez a la pubertad o de la adolescencia a la adultez ha sido objeto de reflexión, remembranza y descripción más o menos certera en centenas de largometrajes. Buenos, malos, feos; sentidos, profundos, banales, artificiosos, los hay de toda clase y tenor y excede a las posibilidades de este espacio trazar un mapa de ruta historiográfico de ese género. Baste decir que Un camino hacia mí se suma a esa larga lista sin ofrecer nada radicalmente novedoso, pero con una sensibilidad a prueba de cinismos y un sentido de la comicidad leve para nada despreciable. Los realizadores del film, Nat Faxon y Jim Rash, a su vez autores absolutos del guión, tienen una larga carrera como actores en cine y televisión y un pedigrí obtenido recientemente con el guión de Los descendientes, el film de Alexander Payne. Su debut como cineastas los encuentra seguros de sí mismos a la hora de llevar del papel a los hechos la historia del joven Duncan y su breve y problemático verano azul.
A Duncan (Liam James), un adolescente de 14 años bastante retraído, lo encontramos en pleno viaje hacia una casa de veraneo, en compañía de Mamá (Toni Colle-tte) y sus posibles nuevo padre y hermanastra. Si la jovencita de-saparece velozmente de la vista, la figura reguladora del adulto (un Steve Carrell serio, algo rígido y, por momentos, sádico) será el origen de más de un conflicto durante esos días estivales. Súmese a la ecuación a una blonda y joven vecina que podría, o no, estar interesada en nuestro particular héroe y se tendrá una idea somera de los intereses y núcleos de atracción del relato. Pero no es tanto en las líneas centrales de Un camino hacia mí donde se encuentran sus bondades; es en las rutas paralelas, en los márgenes y desvíos de la historia donde los realizadores consiguen los momentos más atractivos. Porque más allá de ese otro posible padre putativo –dicho esto de una manera para nada literal– encarnado con endiablada ligereza por Sam Rockwell, es en los personajes secundarios (dos de ellos interpretados por los mismos Faxon y Rash) y en las escenas aparentemente menos relevantes donde el film levanta vuelo y se despega de muchos otros títulos de temática similar.
El éxito de la fórmula parece descansar en un guión calibrado hasta el más mínimo detalle y en una acertadísima elección del casting. Porque Un camino hacia mí es un auténtico film de actores, no en un sentido histriónico y explosivo sino, por el contrario, merced a su delicado encadenamiento de personajes y situaciones en el cual cada pequeña pieza brilla por cuenta propia, al tiempo que no desmerece ni encandila la totalidad del objeto.
Pequeños momentos como la escena en la cual el protagonista mira –entre sorprendido y resignado– cómo su madre y otros cuarentones parecen sufrir una regresión de dos décadas ante la aparición de una bolsita de marihuana. O algunos diálogos veloces entre Duncan y su jefe en el parque, quien más allá de edades biológicas parece ser el único capaz de comprender y conectar realmente con el muchacho. Cerca del final, cuando más de una olla a presión estalle por los aires, la mirada mutará, pasando de la frustración, rabia y falta de compresión típicas de cierta edad a un primer destello de... ¿adultez? Algo se ganará y algo se perderá en el camino, que de eso trata todo el asunto.