Existe el subgénero. Existe y vale tanto para la vida como para el arte, vale para la literatura y, también, para el cine. “Las vacaciones del …” (complétese a elección). Las piezas de este subgénero suelen comenzar con unas expectativas desplomadas y terminan con la vida abierta delante de los ojos. Como sea pero terminan. Tenía que ser así. Las vacaciones son, por definición, apenas un paréntesis.
Un camino hacia mí es el film que los guionistas Nat Faxon y Jim Rash aportan al historial del género. Luego de entregar el texto de aquella perlita llamada Los descendientes, ambos se desafiaron a ponerse tras las cámaras. El resultado es una bella confirmación: tanto Faxon como Rash tienen la misma sensibilidad para escribir como para dirigir.
La cosa empieza mal, con un adolescente que de golpe y porrazo tiene nuevo padre (“padrasto” sería la palabra apropiada: un odioso, impecable Steve Carrell), que es un maldito soberbio de esos que andan necesitando un buen correctivo que les acomode las ideas. Pero a su madre le gusta y qué problema. Al padrastro se le suma una hermanastra, típica rubia siome que también anda necesitando (que le baje los humos). Pero en la ciudad costera a la que la nueva familia ensamblada llegará para descansar, el muchachito Duncan (Liam James) también conocerá otra clase de personas: Owen (un zaparrastroso pero querible Sam Rockwell), director de un parque acuático, y la vecina (Anna Sophia Robb), otra rubiecita pero con movimientos en el encefalograma.
El film de la dupla Faxon-Rash (que se reservan dos personajes bastante importantes: laburantes del parque) es una muestra más del excelente momento que pasa el cine independiente norteamericano. Hay ciertas pautas que comienzan a repetirse, cierto, pero aún se destaca en ellos la incesante persecución de los sentimientos humanos, de la compresión de por qué una vida llena de confort y seguridades económicas no consigue atrapar la felicidad. Si a esa idea primordial se le suma la pericia técnica de sus realizadores, la calidez con las que hacen sus filmes, la pasión y alegría que desborda de sus trabajos (hay que verle la cara a Faxon para comprender cuánto alguien disfruta con lo que hace), no es raro que a la hora de los grandes premios se cuelen propuestas hechas con dos mangos, pero muchísimo amor por el cine: El lado luminoso de la vida, Las ventajas de ser invisible, Buscando un amigo para el fin del mundo, Un zoo en casa, Lazos de sangre, la aún no estrenada Best man down, 50/50, la propia Los descendientes. La lista de recomendaciones corre por cuenta de Cinematiko.
Pero todo tiene un final, todo termina (tengo que comprender, piri bi ribi riri…). Lo importante, cuando lo haga, es que algo se haya modificado. Porque de cambiar (los personajes, la mirada sobre la vida, a los expectadores… bah ¡de cambiar el mundo!) se trata el cine. Al final de cuentas, siempre se trató de eso.