El derrumbe de las falsas promesas
El personaje que compone la directora sorprende por sus conductas confusas y de insatisfacción. De ahí en más, el film apela a desenmascarar lo que resta de ese mundo de apariencias y decadencia desde las memorias del personaje.
Presentada en la Sección Oficial en Cannes 2013, este tercer largometraje en carácter de directora de la actriz y guionista Valeria Bruni Tedeschi, nacida en Turín en noviembre del 64, vuelve a poner en escena, con amplia conciencia de ello, lo que en las nuevas categorías de la dramaturgia tanto teatral como cinematográfica se denomina "Autoficción"; vocablo que se puede homologar, no igualar, a lo que se conoce como relato autobiográfico. Y en esto caso lo hace no sólo atendiendo a apuntes y recuerdos de su propia historia; sino también a lo que, lateralmente, le van aportando los profesionales que trabajan a su lado. Moviéndose el personaje entre su tierra natal y París.
Igualmente, si observamos la ficha técnica, vemos que el equipo está formado en su casi total mayoría por mujeres, lo que podría llegar a suponer en el lector que estamos ante un film de neto rango feminista. Lejos de ello, Un castillo en Italia mira al interior de una historia familiar que está planteada en lo que hace a hombres y mujeres desde sus propias contradicciones. A corazón abierto, Valeria Bruni Tedeschi indaga en los pliegues más riesgosos de una aristocrática familia de la burguesía industrial de la zona del Piamonte, en su momento de irreversible ocaso.
Ese aire de cierre de un ciclo, esa atmósfera de un mundo que se apaga, se respira en el interior de ese castillo, ubicado en Castagneto Po, en el cual sólo se observan las paredes descascaradas y la opacada esfumatura de un modo ilusorio de vida. Entre sus paredes, tratando de mantener su marcada elegancia, su hermano, rol que cumple admirable y sensiblemente Filippo Timi (a quien recordamos entre otros films, en Vincere, de Marco Bellocchio, en su doble rol de Mussolini padre e hijo), trata de sobrevivir a una cruel enfermedad, el Sida, aferrándose a los días del pasado; cifrando este sentimiento en la renovada y esperada presencia de su árbol.
De formación teatral, tanto la actriz y directora como otros de los que forman parte de este elenco, Un castillo en Italia nos lleva a otro de los clásicos de Anton Chejov, El jardín de los cerezos; pieza estrenada en Moscú en enero de 1904. De esta manera, la figura de ese árbol va a marcar en el film la perdida estación de la infancia y la decadencia de todo un grupo familiar. Un grupo de familia, que sin llegar a ser un retrato firmado por Luchino Visconti, descubre y roza desde una mirada aguda, incisiva, no exenta de desenfado, los espacios difusos de los vínculos sentimentales, del auto engaño, del incesto.
Ya desde el inicio, el personaje que compone Valeria Bruni Tedeschi nos sorprende por sus conductas confusas y de insatisfacción. Su crisis existencial, su deseo de ser madre a los cuarenta y tres años, su relación con un joven actor y modelo, nos la presentan en situación de desamparo y de ira. La actriz, de aquí en más, apela desde su personaje, a desenmascarar lo que resta de ese mundo de apariencias. Y se mueve este relato entre lo agónico y lo desaforado, sin tratar de ocultar cierto tono de sarcasmo. En su situación de mujer que espera ser madre, aparece la figura de la religión, que estimo destacar tanto desde su punto de vista como el de su madre; no sólo en la ficción, sino en su propia vida, rol que interpreta Marisa Borini, sentada al piano, desde su vocación de compositora e intérprete.
En ese espacio que poco a poco perderá su fisonomía y ese clima de antaño, la pintura de un Brueghel, dos canciones de época, los comentarios de los criados, los secretos de familia, ese piano que ya no se escuchará más y la desplazada figura de un amigo de aquellos días, irán marcando, sin concesiones, el derrumbe de un castillo de falsas promesas e ilusiones, en el que ha quedado, voluntariamente, fuera de la escena, su hermana y cantante, Carla Bruni; esposa del ex presidente de Francia, Nicolás Sarkozy.