Un acto de expurgación pública
Con una foja actoral que incluye las italianas La segunda vuelta y La nodriza, las estadounidenses Munich y Un gran año y sobre todo las francesas 5 x 2, Le temps qui reste y Una pareja perfecta, la alternativamente morocha o rubia Valeria Bruni Tedeschi es dueña de una carrera paralela como realizadora, con tres películas a la fecha. Presentada en competencia en Cannes dos años atrás, Un castillo en Italia es la primera de ellas que se estrena en Argentina. Como las previas Es más fácil que un camello (2002) y Actrices (2007), el factor autobiográfico de Un castillo en Italia es tan alto que el opus 3 de VBT parece, como aquéllas, un acto desesperado de expurgación pública.Para Bruni Tedeschi, la historia propia parecería ser, como la Historia para James Joyce, “una pesadilla de la que es necesario despertar”. Nacida en una familia de industriales obscenamente ricos, nieta de un judío italiano que en tiempos de Mussolini se convirtió al catolicismo y al fascismo, su padre emigró a París junto a la familia en los años ’70, tras recibir una amenaza de muerte de las Brigadas Rojas. Hermana “postiza” de la chansoniste y ex primera dama Carla Bruni, Valeria tiene fama de ser una chica conflictuada. Su hermano murió de sida, ella vivió varios años con el french sex symbol Louis Garrel (actual modelo de Valentino Uomo) y durante mucho tiempo quiso ser mamá, hasta que terminaron adoptando un chico. Salvo esto último y toda referencia a Mme. Sarkozy (personaje tabú, según dicen, para VBT), todo lo demás está en Un castillo en Italia, protagonizada por supuesto por ella misma y con su propia madre y ex novio en los papeles respectivos.Doble de la realizadora, Louise, actriz en crisis, vuelve, tras una breve estada en un monasterio (el catolicismo heredado es otro tema obsesionante para la actriz) al impresionante castillo familiar en la zona de Turín. La traen dos motivos: la enfermedad del hermano, que se adivina grave (lo interpreta Filippo Timi, el Duce de Vincere) y la necesidad de convertir en metálico la incalculable pero menguante fortuna familiar, alquilando el castillo para visitas guiadas o vendiendo el Brueghel que tienen colgado. Al mismo tiempo Louise conoce a Nathan (Garrel), que con su mejor pose de galán melancólico le hace saber que no está dispuesto a darle el hijo que anhela.Como escape al conflicto, VBT postula la locura. Locura de los personajes –sobre todo de la protagonista, que huye, transpira, se angustia y tiene reacciones y hasta relaciones fuera de lugar, como el turbador roce físico con el hermano– y locura de la película misma, que avanza a grandes saltos y abruptos cambios de tono, incluyendo irrupciones de absurdo, inminencias fúnebres y una esperanzadora alegoría final. Por su disección del decadentismo gran-burgués y hasta las insinuaciones endogámicas, Un castillo en Italia recuerda a Visconti. Atavismo impúdico (1965), en particular. Por la locura de forma y contenido, incluyendo el peso de los lazos familiares, a alguna de Cassavetes. Pero trueca clasicismo y brote por lisa y llana histeria. Histeria en el sentido clínico en la sobrepasada Louise, en el de la seducción posada que encarna Garrel y en el exhibicionismo autoconfesional a distancia que la propia película representa.