LA DECADENCIA
El castillo en Italia es el último bien material que posee esta familia aristocrática en franco deterioro y pérdida de status social. Sus tres integrantes son la fiel representación de una clase pudiente a la que el dinero no le alcanzó para lograr la felicidad. Un padre muerto, un hijo enfermo de sida, una hija aún sin niños y poco cristiana, y una madre que aún parece vivir en aquel tiempo donde reinaba la abundancia. Rodeados de bienes materiales de alta gama, es la ostentación del lujo la que no pudo (ni podrá) con sus destinos, porque en el final de toda historia, el dinero ya no tiene valor.
Desde un punto de vista tragicómico, Un castillo en Italia, viene a contar una historia de pérdidas. A lo largo del filme cada uno de los personajes deberá adolecer de algún sueño anhelado, pero de lo único que se desprenden no es sólo de sus aspiraciones, sino también de sus posesiones. Aquellas que supieron ubicarlos en lo más alto de la escala social.
Con secuencias completas en las que “lo trágico” se convierte en comedia, y por qué no en absurdo. El filme busca la complicidad del espectador cuando decide ubicarse en la posición de observador. Allá desde una “mirada neutral”, la película incurre en la lógica de los sueños, y así rozando lo surrealista, empiezan a desfilar una seguidilla de escenas que representan la decadencia en varios niveles. Por un lado, el deterioro institucional de una iglesia católica que necesita vender crucifijos a la fuerza y enseñar a rezar a las personas. Y por el otro, la realidad diluida de otras instituciones como la familia, la salud, o las relaciones interpersonales mismas.
A la hija le pesa el mandato social y corre a contra reloj para quedar embarazada, el hijo lucha contra su enfermedad terminal, y la madre se refugia entre obras de arte y su piano vertical mientras el mundo sucumbe. Por eso, es esencial poder ver Un castillo en Italia no como una tragedia pero tampoco como una comedia, sino desde su punto intermedio que en varias oportunidades encontrará a algún espectador riéndose de la muerte o llorando por el amor correspondido. Tal es la ambigüedad de la propuesta estilística que invita a la reflexión a través de las emociones y alguna referencia a la propia vida. La moraleja, si es que se me permite la utilización de dicho concepto, es la que se plantea al mostrar un micro universo que se cae a pedazos, y en donde el dinero perdió su valor de uso. El lujo se opacó por la angustia, pero eso no quita, de ningún modo, la posibilidad de seguir sonriendo. Las estaciones siguen transcurriendo, la vida continúa.
Por Paula Caffaro
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