Cinefilia es el término que se utiliza para referirse a la pasión por el cine, un término acuñado por la teoría y la crítica cinematográfica. El término es un acrónimo de las palabras ‘cine’ y ‘filia’. Curiosamente, ‘filia’, fue una de las cuatro antiguas palabras griegas utilizadas para referirse al amor. ¿Cómo definir sino, la monumental obra de Omar José Borcard? Acaso un acto puro de amor por el Séptimo Arte.
A pesar de la acronía mencionada, el vocablo ‘cinefilia’ es semánticamente indefinido. La invención de la palabra alude con claridad a una correspondencia amorosa que un espectador establece con el cine. No es cualquier afecto, ya que el objeto seleccionado tiene una integridad en su propio ambiente: el séptimo arte es un reino de infinitas provincias en el que rige lo misceláneo. Es por eso que el cinéfilo conoce que, una vez que descubre lo que el cine le puede dar, la grandeza intrínseca jamás defrauda.
Por un lado, el cine local, de esos que quedan pocos en cada barrio, fagocitados por el impiadoso avance de las poderosas ‘cadenas’, aún conserva esa magia que tiene mucho que ver con la cinefilia. Ser cinéfilo puede verse como una elección personal, una elección que puede ser determinada o influenciada por el entorno de uno, pero nunca dictada por él. Entonces, lo que el individuo busca es lo que los hace cinéfilos o no. Y mientras cinéfilo significa literalmente un amor por el cine, evidentemente ha desarrollado una connotación con la práctica obsesiva de dicho ritual. Básicamente, un cinéfilo ahora se puede ver cómo alguien que fetichiza el Séptimo Arte en lugar de simplemente tener un afecto por él, uno que tiene una compulsión insaciable de ver tantas películas como sea posible en su vida. Lo cual no está mal, en absoluto.
Para la definición más común de cinéfilo, la distinción se puede hacer con este ejemplo: el espectador casual que aprecia el cine se asegurará de que haya visto Vértigo, pero el cinéfilo se asegurará de que haya visto, por necesidad, los objetos que Hitchcock despliega en cada obra, sus marcas autorales. Inclusive conocer la filmografía completa, que incluye las obras menos notables como Topaz.
Pero en términos de la historia de la cinefilia, el cine ha desempeñado un papel esencial en el cultivo del interés serio en el cine. La cultura cinematográfica de París posterior a la Segunda Guerra Mundial se cita a menudo como el lugar de nacimiento de la cinefilia organizada. La afluencia de películas previamente retenidas de otros países y una nueva importancia otorgada al archivo (probablemente debido a la cantidad de películas perdidas durante la guerra) en lugares como la Cinémathèque Française permitió que se desarrollara una nueva pasión por las películas dentro de la joven cultura intelectual francesa. Los parisinos fueron probablemente los primeros en tener tal acceso a tantas películas de tantos países y épocas históricas. Este factor, combinado con las numerosas publicaciones críticas y académicas sobre el tema del cine realizadas a través de estas organizaciones, permitió que se formara la concepción clásica y aceptada de la historia del cine de principios a mediados del siglo XX y sentó las bases para la teoría del autor (lo que elevó a Hollywood clásico a un “La forma artística y el director como artista principal”), así como los pasos hacia las prácticas modernas en la teoría del cine, como las lecturas marxistas del cine como industria.
De esta manera, la historia parisina cambió la forma en que vemos las películas de una manera que todavía resuena hoy, e incluso se sumó al propio canon, ya que los críticos de cine se convirtieron en los cineastas (Jean-Luc Godard, Francois Truffaut, Eric Rohmer), lo que requirió una Nuevo término para un tipo especial de cinéfilo: el cineasta, o el cinéfilo que hace películas.
Aunque ciertamente hay una historia documentada de películas tomadas en serio antes de la cinefilia organizada en Francia, tiene sentido que una cultura tan profunda de la cinefilia no se haya desarrollado en América en este momento como resultado de la naturaleza de la experiencia teatral de espectadores. El cine primitivo estuvo marcado por numerosas distracciones dentro del cine típico, desde el proyector que se ejecutaba en voz alta en el centro de la sala hasta los espectadores que socializaban ruidosamente.
En el cine clásico (incluso en las salas de cine más elitistas), las películas en sí casi nunca fueron vistas como un objeto homogéneo de autoridad, ya que la característica en cuestión siempre iba acompañada de dibujos animados, noticias y cortos. Las audiencias podían ir y venir a su antojo, a veces llegaban a la mitad de la película y se sentaban en otra programación hasta que la película comenzaba de nuevo y volvía a su punto de entrada original. Este enfoque multiprogramación de sintonización y sintonización de la película (que podría considerarse análogo a la forma en que la mayoría de la gente ve la televisión hoy en día) duró hasta que Psycho (1960) de Hitchcock consolidó la práctica habitual de asistir a una película desde sus inicios. Pero para 1960, los franceses ya habían hecho de esto una práctica normal.
Dando peso al argumento, de hecho hay una relación evidente entre la cinefilia y las prácticas de los cines en la historia. Pero estas circunstancias, por supuesto, existían antes del auge de la tecnología de video doméstico. La cinefilia de mediados de siglo fomentó, en parte, la exclusividad y la curiosidad de ver una película antigua, simplemente debido a los límites de la tecnología y la distribución. Por lo tanto, ver una película antigua o una película extranjera en un cine era un evento tan raro y especial que su fetichización por parte del cinéfilo era justificada, si no inevitable.
Ahora, con la disponibilidad de reproductores de DVD multirregionales y la distribución en línea, la exposición del cinéfilo al conocimiento cinematográfico ya no está sujeta a los dispositivos del programador cinematográfico, sino a los intereses particulares del individuo. En tiempos donde la descarga de films de manera por vía virtual y el avance tecnológico propone un abanico bastante amplio de plataformas audiovisuales interactivas por medio de las cuales acceder al estreno de series y películas, el formato físico va perdiendo terreno, inevitablemente. Ni mencionar la proliferación de la piratería. Por este motivo es que organizar ciclos de encuentro al estilo de los antiguos cines de barrio, como “Cine Paradiso” de Villa Elisa (Entre Ríos), con films en formato físico -como reserva de gran valor cultural para conservar y valorar- es una tarea encomiable. Acaso, ¿sabían que Omar José Borcard posee una videoteca personal de más de 500 títulos originales? Nuestro amigo cinéfilo viaja mensualmente a Buenos Aires para buscar cada título en su correspondiente distribuidora. Vaya empeño!
Quizás lo más importante es que la tecnología digital le da al cinéfilo la capacidad de manipular y cambiar la obra de arte que veneran, permitiendo múltiples interpretaciones personales de la imagen en movimiento y eliminando la autoridad del artista y asignándola al consumidor. En este nuevo paisaje de la cinefilia, la clásica y santa veneración del texto fílmico que caracterizó a la cinefilia francesa de la década de 1950 ya no se sostiene, no porque no sea relevante, sino porque ya no puede haber una definición autorizada de cinefilia. Finalmente, la cinefilia se ha convertido en lo que hacemos de ella.
Entonces, ¿Cómo calificar de forma apropiada una tarea épica como la llevada a cabo por Omar José Borcard? Un humilde albañil que, viviendo en un pueblo de 12,000 habitantes, invirtiera todos sus recursos para construir un cine, tarea que le demandara cuatro años de exhaustivo trabajo. Por otra parte, ¿Cómo calificar el grado de cinefilia de la directora Luz Ruciello? Capaz de transmitir con emoción y sensibilidad una historia heroica y conmovedora.
La cinefilia como experiencia es la búsqueda de ese arte impuro, capaz de congregar cine arte con entretenimiento, autor e industria, adultos y jóvenes. También de armonizar la grandilocuencia tecnológica del nuevo siglo con el minimalismo interior de la maleable naturaleza humana. Ya nada lo podrá separar: hay una instancia y una tradición en el cual el cinéfilo reconoce que la correspondencia con dicha expresión puede ir mucho más allá de la idolatría pasiva de imágenes en movimiento. Esta percepción puede ser rastreada en la tradición del cine, pero se trata simplemente de reformar una genealogía. Es por ello que resulta encontrar un parámetro justo (siquiera un precedente cercano) para valorizar con absoluta justicia y merecimiento la monumental tarea que acomete Omar José Borcard con la construcción de su cine de pueblo. Incansable, apasionado, comprometido, inquebrantable.
La sensibilidad de la directora Luz Ruciello captura con un gran realismo la esencia de esta quijotada cinéfila. De eso trata la lucha de nuestro héroe: en el amor por el cine empieza y termina todo. Es incondicional y escapa a la razón. De concebir cómo la cinefilia dio parte a la quimera de una industria y, a partir de allí, de interrogarse concerniente a qué significa la cinefilia como praxis. La labor de este trabajador de pueblo grafica la esencia y eleva su acto a un nivel inconmensurable. ¿Se puede medir el amor? En este caso, sí.
Hubo una cinefilia mayor, inspiradora, ancestral. Una usanza nacida en Francia, en tiempos de cine-clubs, que empieza con André Bazin y culmina con toda la camada cahierista. Una noción que implica pensar la cinefilia como actitud de conocimiento general del mundo, una vía de ingreso a él por la que no solamente se define una reciprocidad del Arte con el cosmos sino también de la vida en las pantallas y del universo con el cinéfilo. Una forma de abstracción con efectos prácticos, una transformación de nuestra total existencia. Esa colección de películas guardadas en nuestra memoria que va conformando un ADN irrepetible.
En otros términos, ver películas es contemplar siendo parte activa. Es involucrarse para documentar sobre ellas, tarea que la directora Luz Ruciello lleva a cabo entregando años de investigación a un proyecto que merecía realizarse. La cinefilia nos atraviesa a todos: directores, críticos y espectadores. Especular que el cine puede componer, como tal, actos de fundación y recreación de la identificación, es creer en una fórmula efectiva, placentera para estar en el mundo.
La pasión por el cine sería, veladamente, una forma de amar la vida, y asimismo un terreno de encuentro estimulante y provocativo. La simbiosis se produce entre los signos que emiten los films y los signos que componen la identidad del amante de cine. Un acto de pura alquimia. Un eco personal que quedará flotando en la mente de cada espectador. “Un Cine en Concreto” conmoverá y no dejará indiferente a nadie. Es ese tipo de historias dignas de ser contadas, sólo hace falta una cámara sensible dispuesta a registrarlo. Existen héroes anónimos en el mundo cambiando -inconscientemente- el destino de muchos. Como cinéfilos, damos las gracias.