PALABRAS QUE SOBRAN
En Un continente incendiándose, de Miguel Zeballos, aparecen imágenes que se retroalimentan: por un lado las que conforman el relato principal, las de Mercedes Muñoz en el campo árido de Neuquén trabajando con el ganado y realizando diversas tareas. Esas imágenes exhiben la soledad, el vacío existencial de la experiencia humana en un lugar que parece sólo vacío. Son imágenes potentes, bellas, excelentemente encuadradas y fotografiadas. Casi sin diálogos, apelando al vínculo entre esta mujer y la naturaleza, el documental logra fascinar desde el primer momento, desde esa niebla que se va despejando y nos deja en la pequeña casita que habita Mercedes. Pero allí aparecen otras imágenes, las que muestran el detrás de escena y rompen con la idea de soledad: ahí Un continente incendiándose se muestra no sólo autoconsciente, sino además deconstruido. ¿Cuánto de lo que vemos está manipulado para la mano del realizador? ¿Qué es lo falso y qué lo real? ¿Cuáles son los límites de la ficción? ¿Cuál es la implicancia del cine en cómo asimilamos todo lo demás? Está claro que el film de Zeballos más que un documental es un ensayo, y sobre ese territorio experimental es que avanzará durante algo más de 60 minutos.
Mercedes trabaja en el campo, cuida el ganado, pasea con sus perros, despluma una gallina, se encuentra y juega con su nieta. Son todas actividades que lleva adelante ante la intrusión de una cámara que se pone en la distancia justa. Zeballos sabe mirar y en aquellos pasajes donde el rodaje se hace evidente, demuestra además una relación con la protagonista -su objeto de análisis- por demás cordial y cercano. Mercedes, además, es cantora, y su presencia en un festival está registrada con un nivel de tensión increíble: ¿qué piensa Mercedes al momento de salir al escenario? ¿Cómo una mujer tan callada lleva adelante una actividad donde la voz es fundamental? ¿Cuál es la relación entre su actividad y lo que canta? Parte del misterio de la experiencia humana que la película escruta con sutileza.
Pero hay un tercer elemento que se involucra en la construcción que hace Zeballos y que es la que hace tambalear la estructura: la voz en off. No sólo porque la voz en off es un recurso particular, que hay que saber manejar, sino porque además se trata de una voz en off que viene a explicitar aquello que las imágenes apenas querían sugerir. El director dice directamente que quiere hacer una película sobre el vacío, el paso del tiempo, la muerte. Y no sólo suena pretencioso, sino además innecesario en esa verbalización: porque ¿cómo hacer cuando las imágenes no llegan a representar aquello que desde lo verbal se asegura que se busca? Entonces una película que reflexionaba sobre el límite de las imágenes y de un género como el documental, termina evidenciando el límite de las palabras. Claro que de manera inconsciente eleva aún más la figura de su protagonista, que desde el silencio y las mínimas palabras dice mucho más que esa invasiva voz en off.