Un crimen argentino, o el teorema “JRV”
Un tiempo después que dos jóvenes argentinos dieron el batacazo en publicidad, produjeron en el 2004 una suerte de parodia policial, la serie televisiva Mosca & Smith, con un pie en el famoso clip de los Beastie Boys, (“Sabotage”, Spike Jonze 1994) entre otras cosas. La “onda retro 70” había llegado a CABA.
El formato de policial enlatado padeció avatares político sociales. Desde un detective solitario: Baretta, Kojak o Columbo (éste último como adaptación norteamericana de la novelas del Belga George Simenon, cuyo protagonista era un raisonneur, un solitario comisario Francés de nombre Maigrot, divorciado y enfrentado al poder (bah, un bonapartista); hasta la pareja de detectives en conflicto, como las calles de San Francisco, o Miami Vice, o “Chips”, modelo que, cuentan, fue explícitamente pedido por la asociación de padres de familia de EEUU, conmocionados por la “realismo sórdido” por el cual caminaban las producciones de corte social. Luego le siguieron muchos más, muertos sin muertos, o el caso curioso del cine coreano, donde las armas siempre son burdas réplicas.
Hace poco, esta pareja despareja fue oxigenada en un serial, llamado Cocaine Cowboys, “supuesto” docu soap, que revive en alma y forma la pareja de detectives siempre vestidos de civil, ambos preparados en universidades, uno blanco sajón, otro de aspecto algo latino, uno con familia, otro de mujer en mujer, el resto de las diferencias si na las conocen las pueden imaginar.
Un crimen argentino recupera, casi como calcadas, estas figuras. Caminando la delgada línea entre lo “legal e ilegal”, lo correcto y lo necesario, apremiados por la falsa de por sí dificultad de imponer la ley en un mundo corrupto por donde se lo mire.
Y he aquí la primer trampa, la misma en que incurre Pecados Capitales (Se7en, David Fincher, EEUU, 1995), al poner al espectador en un falso dilema, guiándolo por un sendero puramente emocional y que termina avalando un crimen de estado (todo policía es un representante de). Nuestro film, en principio, del mismo modo que el libro homónimo de Reynaldo Sietecase, manipula al espectador para que vea sólo lo que el director quiere que vea, cosa que no estaría mal si la historia no estuviese narrada como si ésta fuese objetiva, pero eso es, en este caso, un detalle nimio.
Los años 70 en Argentina, son uno de esos períodos donde la luz y la oscuridad miden fuerzas y aunque finalmente, de ese confrontamiento resultaron aproximadamente 10 años del reinado de la más absoluta oscuridad (1976–1983), el llamado Juicio a las Juntas (1985) abrió un largo camino de luchas sociales intentando esclarecer todas las aberraciones cometidas por los dictadores y su aparato de estado; una suerte de caricatura brutal de lo aprendido en la Escuela de las Américas más lo aportado por elementos del ejército francés especializado en “contrainsurgencia” experimentados en sus guerras coloniales en el sudeste asiático y Norte de África (ver notas de Pablo Feinmann “el bueno”).
Desde el juicio a las juntas militares, cuyo informe para el que no lo conoce, se llamó “Nunca Más” y determinó un número de desaparecidos cuyo saldo ronda la apocalíptica cifra de treinta mil.
Si se salió por vías democráticas de ese horror y si se cree que hoy existe un estado de post conciencia de la dictadura Argentina, la misma dejó sus virus y bacterias por doquier, amén de que las personas y grupos económicos que lo habían convocado sistemáticamente en años anteriores, quedaron impunes y siguen operando, como lo han hecho toda la vida; sin embargo, algo había cambiado: como un cáncer, la última dictadura corrompió toda estructura, desde obviamente, las fuerzas de seguridad, hasta las académicas. Toda la sociedad fue afectada y si bien las marchas de paz y justicia parecen masivas, no contemplan un resto de la población que le es indiferente, no asiste o simplemente es un admirador, hasta ahora, silencioso de lo que los militares representaban. Ideología y prácticas que parecían en retirada definitiva, y si es facil ser comunista en el comunismo, o fascista en el fascismo, no resulta tan fácil serlo cuando el discurso dominante es el de la democracia burguesa. Si en los 50` parecía un conflicto con inminente triunfo mundial del comunismo, al tiempo que, paradójicamente ya entraba en una crisis terminal el modelos soviético que se auto percibía la rama del socialismo real. La caída del muro de Berlín es el significante que le dio forma, incluso excesiva, abriendo paso al dominio absoluto del capitalismo, cosa que, tomó desprevenidos a propios y ajenos.
Subterráneamente, de la misma manera que sucedió con el genocidio Armenio, la Shoá, incluso todavía hay historiadores que relativizan la brutalidad de la Colonización de América; hubo y hay lo que se da en llamar: negacionismos. Los hay en grado y medida o sea, gente que, anteponiendo ciertas y supuestas experiencias “personales”, apañados por oscuros opúsculos, piensan que la cifra dada por los organismos que intentan traer luz al problema es excesiva, o que los conflictos no cuentan las historias de ámbos lados, pero que finalmente todos atacan lo que fácticamente, es que hubo víctimas de estado. La particularidad del presente, lo novedoso si se quiere, es que el negacionismo paranoide termina siendo absorbido en una suerte de discurso objetivo, llevado adelante por grupos económicamente hegemónicos, que en público dicen que la represión puede haber sido horrible pero algo necesario, y que en privado aplauden la mano fuerte. En una suerte de revisionismo trasnochado entienden a los represores como verdaderos patriotas y que los apremios ilegales, en fin, son males necesarios, como bien explica Hannah Arendt en su transcripción del juicio de Eichmann.
No hay mucho que agregar que el lector no sepa, o que las imágenes agreguen, unos y otros saben de los horrores cometidos por el Estado en manos de los militares, todo en nombre de Dios, de la Patria, por la obediencia debida, o el famoso imperativo categórico, pero que en última instancia era la defensa de un supuesto orden natural de la propiedad privada. (Cosa irónica, ya que fueron los que en sus razias, secuestros y torturas, se apropiaron sistemáticamente de los bienes de sus víctimas).
II
Desde siempre es objeto de discusión qué puede ser representado y qué no, hasta donde puede penetrar la mirada y hasta donde no. Esto, valga la aclaración (y me disculpen los ya iniciados), éste no, no se refiere a tal o cual cosa como cosa fáctica, sino que su objetivación en una imagen siempre resulta burda, obscena, cómica en el mejor de los casos (ver Ararat de Atom Egoyan).
La reducción es tan violenta que no puede ser sino pornográfica. Los famosos códigos de producción redactados por Hirst para el cine Norteamericano, partiendo de todo lo negativo que son y fueron, llevaron (como una ventaja inesperada) a que los directores debieran superar esos códigos de maneras creativas. Una de estas prohibiciones era el de no mostrar en un mismo plano un arma, sea este cual fuera y el daño provocado por ésta; subvertir este ítem es una de las claves de La masacre de Texas (The Texas Chain Saw Massacre, Tobe Hooper,1974 , EEUU) que elevó al film a ser calificado en EEUU con R o directamente prohibida en UK; o de un modo más institucionalizado a Arthur Penn en Bonnie and Clyde, unir en un mismo plano sumamente breve el arma, el tiro y su consecuencia, intento que finalmente no satisfizo a nadie: aunque como explica Penn, lo hizo a modo de desromantizar un asesinato.
Si en Maratón de la muerte (Marathon man, John Schlesinger, EEUU, 1976) se muestra unas de las escenas de tortura más brutales del cine, también mantiene una distancia que tiene como objetivo mostrar una suerte de maldad infinita, de la manera que Magris describe a Mengele y Verhoeven reproduce en The black book , con lo cual toda esa violencia se mantiene en el marco de lo metafórico.
Nuestro film, Un crimen argentino, comienza con uno de los momentos más repulsivos de la historia argentina, el discurso de Videla cuando define qué es un desaparecido. Un amigo nombró esto con una ironía fabulosa como “el teorema JRV”. Lo que también se hubiese esperado, y acá está una de las cosas más abominables del film: si en el libro está sugerido, y al final con un deus ex machina y sostiene que el supuesto asesino cuyo cuerpo está desaparecido, en realidad vive en Siria. El film le da entidad y valida el “teorema”.
Veamos esto, porque el resto es banal: un film que copia todos los clichés de parodias de policías, incluso el de poner un blanco educado en universidad católica y un morocho que cursó en universidad pública (Starsky & Hutch, o Chips); alteridad que el film compone como conflicto entre peronistas y radicales pero con el agregado de los militares como “terceros excluidos”; “asunto” que el libro ya soslaya pero como “opinión para la playa”, obvio que Punta del Este.
Lo más grave del film es no sólo que propone a los militares como los únicos que pueden ser eficientes frente a una democracia que mucho declama pero que en definitiva es cobarde (prestar atención al tiroteo), sino que finalmente objetiva y justifica la tortura, muestra la la parrilla, como si fuese un Tobe Hooper o un Arthur Penn, la picana, la parrilla pero sin metáfora alguna, en un obsceno regodeo que creo yo, no sólo muestra un grado de insensibilidad inaudita (Hostel de Eli Roth), sino que en el contexto que se presenta tiene una operación de sentido. Lo que que hace después de haber sido convertido en fantasma obsceno, el autoritarismo del estalinismo, de la revolución cultural China o la demencial masacre del Pol Pot, al convertirse el capitalismo ultra desarrollado en discurso globalizado, triunfante se dá el lujo de reescribir la brutalidad de la tortura como necesaria o que no es tan terrible. O sea una, la otra o ambas, son un cachetazo impúdico a los que la sufrieron; incluso el libro pone en duda uno de los grandes logros de la jurisprudencia actual, que es darle valor legal al testimonio (prestar atención a las páginas de la tortura)
En definitiva, ahora que parece como única salida mundial el endeudamiento, el recorte, que promete dejar en la calle a miles de trabajadores como sucedió ya en la España del partido conservador, se permiten “ la grandeza” de blanquear sus prácticas totalitarias y abusivas.
Final
No entiendo por qué las películas de cierto “tono” erótico, deben llevar un cartel de advertencia, y un film donde se tortura o se licúan cadáveres, no; pareciera que la brutalidad que puede ejercer el Estado es didáctico y aunque los organismos de derechos humanos pongan límites, a la manera del gobierno de Idi Amin, en la oscuridad de las catacumbas de palacio es legal y apta para todo público y aunque lo que oculta en definitiva es una forma de violencia sexual particular, igual que el culto al cuerpo del nazifascismo,
También hay que señalar que tanto en el film como en el libro, la mujer es un decorado necesario, si Kitano la muestra develando la sociedad japonesa, en nuestra historia, incluso en las imágenes de sexo heterosexual, imagina cómo debe comportarse la esposa de un militar o de aquellas esposas, novias o amantes, que un día se enteran que su marido es un pedófilo. El o los autores, podrían decir que es una cuestión de época y yo les contestaría que la escena de sexo en el film son expresamente contemporáneas y no por guiño, sino por pereza.
El film cierra con dos sorpresas, igual que el libro, aunque mejor guionado con la misma operación aunque más brutal, siempre teniendo en cuenta que cualquier arte tiene la capacidad de universalizar lo particular, y por si a alguien le pasó inadvertido: sugiere, por interpósita persona, que los abogados de derechos humanos esconden turbulentos pasados posiblemente criminales y lo más aberrante es que echa un manto de sospecha sobre los desaparecidos, los cuales están vacacionando en algún lugar del mundo, cambiar el nombre de la víctima real de Jorge Salomón Sauan, a Samid no es poca cosa.
Las señales están en el aire, queda en cada uno saber qué hace frente a eso.