El cine argentino de aspiraciones masivas, se sabe, tiene una predilección por las comedias y los policiales. A este último grupo pertenece Un crimen argentino, adaptación de la novela homónima del periodista y escritor santafesino Reynaldo Sietecase que recrea lo ocurrido con un misterioso asesinato en la ciudad de Rosario en 1980, cuando la última dictadura militar intentaba aferrarse con sus últimas fuerzas al poder.
La dictadura funciona, en términos narrativos, como mucho más que un contexto que permite una notable recreación de época. La película de Lucas Combina logra describir la sensación de opresión, de miedo omnipresente, que permeaba a la sociedad de esos años. Desde ya que investigar el asesinato de un acaudalado empresario, llamado Gabriel Samid, implicaba meterse en las altas esferas de un poder cuyos intereses podían verse afectados, algo que rápidamente descubrirán los dos jóvenes secretarios de un juzgado de instrucción a cargo de la investigación.
Antonio (Nicolás Francella, con un bigote y look retro que lo hace muy parecido a su padre Guillermo) y Carlos (Matías Mayer) quieren hacer las cosas bien, pero no es fácil, como demuestran los aprietes que recibe el juez (Luis Luque) y las actitudes del comisario (Alberto Ajaka) y un militar del alto rango (César Bordón). Así y todo, logran dar con un sospechoso de apellido Márquez (Darío Grandinetti). Todas las pistas conducen a él, pero falta el cuerpo. Y sin cuerpo no hay delito.
Con un relato bien construido, la película evita caer en la sordidez del noir para, en cambio, valerse del humor y la inteligencia para aproximarse al policial dándole una impronta local. Lo que no implica que no haya tensión ni momentos de desconcierto cuando la causa parece empantanarse. El resultado es un exponente de género que no podría transcurrir en un lugar distinto al que lo hace.