Un empresario muerto, un contexto -la dictadura- opresivo y un botín. Con estos elementos, la opera prima de Lucas Combina construye un policial. O, más bien -como sucede en la Argentina- un film criminal, donde la investigación y la búsqueda de justicia siempre está obstaculizada por el poder. Es cierto que hay estereotipos, algunos flagrantes (Luis Luque está muy bien, pero encasillado en una sola clase de roles: no es él el lugar común sino la elección) y otros un poco más subrepticios. Pero en el fondo, toda cuestión política -que es sostén del clima del relato- se subsume en otra cosa: se trata, finalmente, de dinero. Las sordideces de la película son breves y lo que cuenta es la carrera contra el tiempo de los dos investigadores por resolver el caso, así como el duelo con el principal sospechoso y la ausencia de cuerpo del delito. En ese punto, el contexto sirve para amplificar el peligro, incluso si por momentos el ritmo falla.