Sin cuerpo no hay delito
Un Crimen Argentino (2022), la adaptación de la novela policial homónima del reconocido periodista santafesino Reynaldo Sietecase, está basada en un caso real acontecido en Rosario a fines de 1980. El debut cinematográfico de Lucas Combina busca encontrar su voz en la yuxtaposición del policial negro y la trama política con una impronta argentina relativa a la corrupción y a los aciagos años de la dictadura cívico militar.
La desaparición de un empresario sirio libanés inicia una pesquisa judicial por parte del juez Suárez (Luis Luque) y sus dos secretarios, Antonio Rivas (Nicolás Francella) y Carlos Torres (Matías Mayer), que investigan la posibilidad de un secuestro extorsivo con la ayuda de la secretaria y sobrina del juez, María (Malena Sánchez), y de una experta forense, interpretada por Rita Cortese. Finalmente, las averiguaciones de los secretarios dan con un compinche del empresario, un abogado con un extenso prontuario de estafas que acaba de salir de la cárcel, interpretado por Darío Grandinetti, que se convierte en el principal sospechoso. El abogado alega que la desaparición es un autosecuestro producto de una disputa familiar y que el empresario en realidad está de camino a Siria, pero el comisario (Alberto Ajaka), un psicópata apañado por un militar (César Bordón) que comparte la creencia de su subalterno de que todo se soluciona torturando gente siguiendo las premisas inquisidoras del feudalismo, quiere sacarle la verdad a cualquier costo.
La dirección de Combina es muy ágil y logra construir una propuesta estéticamente sólida en base a un guión muy pobre por parte de Jorge Bechara, Matías Bertilotti y Sebastián Pivotto. Ya desde el comienzo hay escenas que no funcionan y esta situación se repite durante todo el film. Si la dirección de la película va hacia una trama política similar a la de El Secreto de sus Ojos (2009), de Juan José Campanella, o Muerte en Buenos Aires (2014), de Natalia Meta, el guión lleva a la propuesta hacia un crimen tapado por lo político, que funciona como un dispositivo que oculta la verdad. Las desapariciones son así una cobertura para un misterio con motivaciones puramente económicas que a fin de cuentas corren a la política.
Si el guión es lo peor del film, la puesta en escena es excelente al igual que la dirección en una reconstrucción de época que retrotrae a principios de la década del ochenta, a la pérdida de aquiescencia de una dictadura cívico militar que se acercaba a la maximización de sus contradicciones y a su previsible eclosión final.
Si bien hay una concisa defensa de los procedimientos y el respeto de la ley y los derechos civiles reflejados en la acción de los protagonistas, Rivas y Torres, en contraste con las barbaridades de la policía en connivencia con los militares, el film parece a la deriva en cuanto a la cuestión política, empantanándose en un caso policial cuya resolución posterior es más interesante que la propia película. Todo lo que sucede antes y después de lo que desarrolla el film y que solo de menciona como prólogo o a modo de epílogo, como el trabajo comunitario y la desaparición del abogado años después de salir de la cárcel, por ejemplo, reviste un interés mucho mayor que todos los acontecimientos de la película.
Algunas actuaciones, como la del comisario, son demasiado exageradas y exaltadas, extrañándose las maravillosas composiciones de Héctor Alterio de comisarios ominosos que generaban pavor y retrotraían a lo peor de la historia argentina reciente. Varias escenas están de más, especialmente la tortura del abogado por parte del comisario, la escena de sexo del comienzo y otras tantas que no aportan nada al desarrollo de la película. A su vez, tampoco hay una buena resolución de varias secuencias de tensión, que son inconducentes para el desarrollo de la trama y dan giros que no van hacia ninguna parte.
El título de Sietecase funciona como un contraste a un crimen perfecto, aludiendo a la eterna imperfección argentina, a un intento de copia de la división de poderes, de la construcción de un poder judicial independiente, de crear un engranaje con piezas que no cuadran con la idiosincrasia argentina. En este sentido, falta un desarrollo de las intenciones de Rivas de irse del país y su decisión final para reconstruir las causas y consecuencias del debate de gran actualidad entre quedarse o irse, caras de una trampa alrededor de la búsqueda de una ventaja que nunca conseguiremos y parte de una falta de entendimiento del funcionamiento de las instituciones argentinas, tanto privadas como públicas.
Un Crimen Argentino es una obra que decepciona por las infinitas posibilidades desperdiciadas por un guión que se ciñe demasiado al policial y a la historia original en lugar de adentrarse en la ideología de una sociedad que siempre cae en la misma trampa de escuchar los cantos de las sirenas en lugar de tomar las riendas de su futuro. Es, en este sentido, que la intención de construir lo político a partir de lo que lo excluye no funciona y genera en la trama lo contrario de lo que se pretende, un mensaje confuso con buenas intenciones pero que en el afán de dar una vuelta de tuerca a lo obvio termina en una bruma.