La nueva película de uno de los codirectores de «La larga noche de Francisco Sanctis» se centra en las consecuencias de un asesinato en la vida de una mujer, interpretada por Elisa Carricajo.
La primera película «solista» del codirector de LA LARGA NOCHE DE FRANCISCO SANCTIS tiene algunas diferencias específicas respecto a su anterior y exitoso film que pasó por el Festival de Cannes y fue premiada en BAFICI, pero son muchas más las coincidencias, ligadas a la idea de combinar ideas sociales y políticas en contextos de cine de suspenso, casi de género. Es un tipo de película que, por motivos que exceden el marco de esta crítica, no se ha explorado mucho en el cine argentino en lo que va del siglo XXI (a su manera, bastante diferente, el cine de Santiago Mitre o el de Benjamín Naishtat funciona por carriles parecidos) pero que tiene una larguísima tradición en el cine mundial.
Márquez toma un caso policial a partir de la mirada de una protagonista –testigo privilegiada, si se quiere– para tornarlo primero en un drama psicológico acerca de las repercusiones de ese crimen en esa mujer y luego llevar esa situación de lo personal e íntimo a lo social y político. Una película que trabaja sobre interesantes temas como la empatía y sus límites, la diferencia entre la teoría y la práctica y, más que nada, cómo las diferencias de clase marcan muchas veces a fuego la vida de las personas, lo quieran o no.
Cecilia (Elisa Carricajo, del grupo Piel de Lava) es una profesora universitaria de clase media, una mujer politizada y progresista que parece tener muy en claro su visión del mundo. Está separada, tiene un hijo y todo parece correr por carriles normales hasta que una noche tarde escucha ruidos fuera de su casa. Cuando golpean su puerta reconoce a Kevin, el hijo de la mujer que limpia en su casa y, por temor, decide no abrir la puerta. El asunto no terminará bien para Kevin y Cecilia, al descubrirlo y saberse «indirectamente» parte de la historia entrará, de allí en adelante, en crisis. Su castillo intelectual (llamémoslo, simplificando, progre) parece derrumbarse y, con ello, su propia relación con el mundo que la rodea.
Con algo «dostoievskiano» (desde el título y algunos de los temas), UN CRIMEN COMUN explora primero esa debacle personal para luego confrontarla con la relación entre el hecho en sí, su situación y el mundo real en el que se inserta. Es decir, con el admitir o no –para sí misma primero, pero públicamente después– su inacción en un momento clave y afrontar las consecuencias de esa debilidad, miedo y fragilidad. Por decirlo de otro modo, con la decisión de limitar su idea de la solidaridad al ámbito de la teoría y no de la práctica.
Con un clima oscuro e intimidante –que tiene puntos en común con el anterior film de Márquez– y con un sutil manejo del lenguaje cinematográfico que la aleja del thriller social realista más convencional al punto de apostar por un formato «cuadrado» de pantalla, UN CRIMEN COMUN pone en juego a través de la historia de Cecilia una serie de temas relevantes a nuestros tiempos políticos, pero desde un lugar inteligente y sutil. ¿Qué sucede cuando una persona que se cree «del lado correcto» en sus ideas sobre el mundo y sus injusticias desnuda, ante una situación de presión, sus prejuicios de clase y sus miedos más burgueses? ¿Cuánto se comprende la experiencia «del otro» desde la teoría cuando nunca se la ha vivido realmente de cerca como para saber lo que implica en la práctica cotidiana?
Preguntas que exceden, claramente, el marco de un thriller y que, lamentablemente, se exploran poco en el cine argentino de ficción, salvo en casos como LA PATOTA o ROJO, por citar algunas películas que plantean similares dilemas morales y personales a través de sus protagonistas. LA LARGA NOCHE DE FRANCISCO SANCTIS ponía, también, en juego estas tensiones (un «hombre común» teniendo que tomar decisiones de fuertes implicancias políticas) y la nueva película de Márquez cambia el escenario y el tiempo pero trabaja sobre ejes parecidos. Aquí y ahora siguen sucediendo similares situaciones de violencia que, aunque no parezcan directamente políticas, están insertadas en una realidad específica que así la vuelven. Y antes, como ahora, tal vez no sea tan sencillo como parece, ideológicamente al menos, saber cómo actuar, qué hacer, hasta dónde uno está dispuesto a jugarse por el otro, por los otros. Plantear estas cuestiones desde el drama y hacerlo a partir de preguntas más que desde las respuestas es el gran mérito de esta muy buena película.