El cineasta Francisco Márquez vuelve a jugar con el thriller psicológico y el cine político denunciante en Un Crimen Común, su segunda película. Al igual que en su aclamada ópera prima La Larga Noche de Francisco Sanctis (2016), co-dirigida junto a Andrea Testa (también productora de este film), Márquez hace aquí un estudio psicológico de un personaje que se ve enfrentado a una dura patada de la realidad cuando debe tomar una decisión personal.
La máquina de desaparecer
El relato comienza exhibiendo imágenes de los muñecos monstruosos que habitan en el tren fantasma de un parque de diversiones. Lo que parece un simple divertimento para niños simboliza en realidad la antesala del desconcertante viaje que la protagonista está a punto de atravesar.
Cecilia (Elisa Carricajo de La Flor) trabaja como profesora de sociología de la Universidad de Buenos Aires y vive con su pequeño hijo, Juan (Ciro Coien Pardo). A simple vista, parece una intelectual interesada por las cuestiones de clase, que no duda en intervenir cuando ve que las fuerzas represivas se llevan a la rastra a un joven humilde en pleno parque de atracciones. Una noche lluviosa, Cecilia se despierta perturbada tras escuchar golpes en la puerta de su casa y el pedido de auxilio de una voz conocida. Se trata de Kevin, el hijo adolescente de su empleada doméstica (Mecha Martínez). Atemorizada, la protagonista decide no responder al llamado y ocultarse en la oscuridad de su hogar mientras a lo lejos se puede escuchar la sirena de un patrullero.
Al día siguiente, Cecilia se entera de que Kevin ha desaparecido de manera forzosa y todo apunta a que fue la policía, quien ya lo venía hostigando hacía tiempo. El sentimiento de culpa por omisión lleva a que la docente comience a cuestionarse acerca de la brecha entre las teorías y la experiencia y su papel dentro de este universo académico.
Un Crimen Común hace un gran trabajo, en principio, al interpelar al espectador sobre qué hubiera hecho en el lugar de la protagonista. Pone en conflicto el discurso progresista, la conciencia de clase con las acciones (o inacciones) individuales y los miedos propagados por un sistema perverso que se alimenta de la criminalización de la pobreza y las divisiones entre el conjunto de los trabajadores. Por otro lado, resulta atractivo cómo el director retrata el mundo en picada de Cecilia, quien pasa de ser una profesional exigente y segura de sí misma, a una mujer desorientada que duda de su metodología y hasta se deja llevar por la paranoia al sentirse amenazada por la presencia fantasmal de Kevin.
Podemos decir que Un Crimen Común, más que una continuación de La Larga Noche de Francisco Sanctis, es su contracara: acá el miedo a ese «otro», construido ideológicamente por el aparato estatal y los poderes fácticos, termina ganando y se elije como opción no involucrarse. Pero lo que parece el camino más cómodo, en realidad se vuelve una bomba de tiempo para una sociedad en donde la violencia institucional ha sido naturalizada y los jóvenes de sectores populares son ahora sus víctimas predilectas.