El fantasma y la culpa
Luego de pasar por el Festival de Berlín, Un crimen común llega con las mejores referencias y las más altas expectativas, tratándose de la siguiente película de Francisco Márquez y Andrea Testa (ambos directores de La larga noche de Francisco Sanctis); aquí él dirige y ella produce. Las pequeñas decisiones que pueden transformar a un personaje parece ser el motor de las historias para estos realizadores. El relato transcurre en una actualidad contorneada por problemáticas sociales irresueltas como la violencia policial y, más precisamente, el gatillo fácil. Cecilia, una profesora en la Facultad de Sociología (Elisa Carricajo), está a las puertas de obtener un cargo de Jefa de Trabajos Prácticos (JTP), lo que a su edad sería importante para acomodarse dentro del prestigio académico; una demanda que la institución universitaria supone urgente para los docentes. La calma de una cotidianeidad sin sobresaltos se verá alterada cuando el hijo de su empleada doméstica se aparezca durante una noche tocándole el timbre y golpeando violentamente las persianas. Ella, presa del miedo, decide ocultarse en la oscuridad de su casa. Al día siguiente la noticia de su desaparición y muerte, posiblemente por un caso de abuso de poder policial, generará una transformación indeleble en su vida.
Un crimen común es la contracara de La larga noche… Mientras que Francisco Sanctis decidía hacerse cargo de esa bomba de tiempo que le fue entregada contra su voluntad, aquí esta docente tomó una decisión y la culpa la carcome durante toda la película. Circunstancias, situaciones y contextos distintos también marcan una diferencia entre ambas películas, pero lo más importante está en la idea instalada del “no te metás”. Si en la primera escena de la película ella intenta ayudar a un joven que es maltratado por la policía, en la escena que genera el conflicto decide esconderse, sin conocer el final del derrotero del joven asesinado por la policía. La alteración de su vida se verá afectada notablemente, desde la relación con su hijo hasta el esperado concurso docente en su trabajo. Elisa Carricajo lleva adelante un tour de force, que puede pensarse como una procesión interna irradiada por el secreto que debe retener junto con la culpa que la atormenta.
Márquez y Testa como directores habían demostrado, en su anterior film, cierta destreza en el uso minimalista de una puesta de cámara claustrofóbica. En esta película, Márquez presenta de manera astuta algunas variaciones sobre el hecho que desencadena el conflicto de la narración. El ejemplo más claro es en el natatorio, donde el hijo golpea el vidrio sorpresivamente mientras Cecilia lo busca con desesperación. Otro de los momentos sutiles es la escena de la fotocopia de su DNI, allí se pone en juego la identidad a partir de ese juego de claroscuros borrosos de la hoja que se lleva. Hay una riqueza de lo no dicho verbalmente pero que está expresado de manera perturbadora en la estrategia visual pensada por Márquez, en una nueva instancia del juego entre el fuera de campo y lo anónimo que representan como figura sus protagonistas. El cierre con el parque de diversiones, además de ser formalmente un final circular, resulta la síntesis entre la vida trillada de una profesional de clase media y el golpe de la realidad que la transforma. Mientras que al inicio está preocupada por organizar el cumpleaños de su hijo en el parque, el final la muestra siendo “abandonada” por una amiga, en el momento justo de subirse a la montaña rusa. En el grito final está la última transformación; ya no hay un fantasma que la acecha sino que ella es un fantasma que deambula en lo que alguna vez fue su vida.