Nos encontramos frente a una valiente película que nos muestra la desintegración que ocurre en la vida de una profesora de sociología universitaria a partir de un hecho traumático que atraviesa. Bajo esta premisa argumental, “Un Crimen Común” resulta un film comprometido, que nos habla acerca de las víctimas inocentes acaecidas por las fuerzas represivas del estado y que, al posicionarse sobre el rol que cumple la protagonista -en el desenlace de los hechos en los cuales accidentalmente se ve inmersa-, nos lleva a indagar sobre como cualquier individuo podría éticamente transitar lo delicado del caso, una vez que un acto criminal deja ser de un hecho noticioso para invadir el territorio de lo real y cotidiano.
La película nos coloca, invariablemente, en la piel de la protagonista y su entorno degradado. Un profesional instruido y con formación académica, con quien empatizamos en su estado anímico alienado. El espacio laberíntico en el que se mueve, como clara alegoría, nos presenta su interior resquebrajado, pleno de dilemas morales. Dentro de sus profundas capas de análisis, “Un Crimen Común” nos permite reflexionar acerca de la crueldad de aquellos que detentan el poder, también de la condena que implica vivir en lo indigno para las clases más desfavorecidas. Con gran acierto, interpela desde el dolor sin juzgar, sino involucrándonos intelectualmente para generar un pensamiento bienhechor. Indagando en nosotros espectadores, en lo colectivo e individual, como mecanismo fílmico de discurso abierto que presenta ciertas fisuras sociales en donde el problema se verbaliza, podemos apreciar las delicadas connotaciones que la trama propone.
Mixturando el uso de actores y actrices no profesionales, muestra un abordaje sensible a la historia, al tiempo que nos alerta acerca del abuso de poder que visibiliza grietas sociales como factor naturalizado. Conceptual y estéticamente, es interesante el trabajo que se hace desde el uso del lenguaje fílmico: desde lo minimalista lo sutil, destaca la fina artesanía en donde el trabajo sonoro y visual se complementa para la construcción del sentido. En tal dirección, resulta interesante observar como operan los simbolismos y el uso del espacio como medio narrativo y su fin expresivo, faceta que enriquece la propuesta.
Su director, Francisco Márquez, realiza una inteligente tarea, prefiriendo la construcción de un sentido desde una mirada cercana, íntima e invasiva, como forma honesta de comprometerse con el conflicto que plantea. Lo común que refiere el título llama nuestra atención: la poca trascendencia y la acepción que alude a la normalidad de estos casos agrava la elocuencia de cifras alarmantes cuando la injusticia social está sostenida por instituciones corruptas.