UN MUY LINDO CUENTO ARGENTINO
Una guerra constituye un hecho traumático para la sociedad en general; es un suceso que siempre deja secuelas, daños irreversibles físicos, psíquicos y sociales, principalmente en las personas que luchan directamente en el campo de batalla. La vida de los jóvenes sobrevivientes de la Guerra de Malvinas, que Argentina sostuvo con Gran Bretaña en 1982, tuvo una correlación en un antes y después de la guerra en la salud y en su inserción social. Con la pérdida de la guerra, ya no se los consideraba héroes, sino que eran condenados simbólicamente por la sociedad, dándoles la espalda y evitando hablar sobre este lamentable hecho. Roberto es uno de esos sobrevivientes (sólo que lo sabemos promediando el filme), un cincuentón solitario y obsesivo que tiene una ferretería de barrio y colecciona noticias del diario que le llaman su atención por lo paradójicas e increíbles, como aquélla en la que una vaca cayó desde un avión, matando a una jovencita.
Un día, su repetida cotidianeidad se ve alterada por la aparición de un joven chino recién llegado a Buenos Aires, que no habla castellano y necesita encontrar a un familiar. Ante la poca colaboración de la policía y las embajadas, decide acogerlo por una semana hasta hallar una solución. En ese poco tiempo la hostil relación se irá modificando, llevando a Roberto a un necesario replanteo.
Moviéndose muy cómodamente entre la comedia y el drama, Sebastián Borensztein (guionista y director) entrega una obra simple, directa, apta para todo tipo de público, sin segundas lecturas ni altamente reflexiva, pero muy argentina (a pesar del título). Sí se permite algunas “bajadas de línea” respecto a los gobiernos dictatoriales y a las fuerzas policiales. En el primer caso rememora la desdichada guerra de Malvinas a través de un flashback narrado por el protagonista (uno de los momentos más dramáticos de la cinta), que explica un poco (bastante) el accionar del personaje y su personalidad huraña, antipática, al borde de lo desagradable. En el segundo caso, incluye un personaje secundario de un policía que apela a su uniforme para degradar o tratar mal al protagonista, pero a su vez, ya sin atuendo policial, se lo muestra con comportamientos dignos de cualquier delincuente vengativo y prepotente, que pretende hacer justicia con revólver en mano y con golpes.
Ricardo Darín es, indiscutiblemente, la “estrella” del cine nacional contemporáneo; su sólo nombre cautiva al espectador argentino que se entrega para verlo en todo tipo de roles, aunque en todos esos haya muchas cosas similares o repetitivas. La puteada porteña siempre es efectiva en el público argentino, y nos hace reconocer(nos), evidenciando nuestra idiosincrasia. Es por ello que nos reímos con los exabruptos de su Roberto, pero también nos emocionamos con su doliente pasado. Muriel Santa Ana y, muy sustancialmente, Ignacio Huang aportan su sensibilidad y carisma: la primera con su sinceridad y frescura; el segundo con sus gestos y miradas (no dice una sola palabra en castellano en todo el filme).
Estamos ante una historia no necesariamente de amistad, pero sí de solidaridad, de amor al prójimo, del amparo frente al desamparo y, lógicamente, de la transformación interna de un hombre común. La metáfora más evidente de ese cambio se da en el que se produce en el patio de la casa de Roberto: un espacio desolado, arrumbado, lleno de porquerías del pasado que ocupan lugar sin sentido que, de a poco, es vaciado y puesto a nuevo, con una pared blanca recién pintada, con la caricatura de una vaca exuberante y colmada de vida. Una vaca que, en el pasado, en la vida del chino, fue sinónimo de pérdida desgraciada; pero, en la vida de Roberto, equivale al futuro y al amor en pareja que, en la última imagen del personaje de Muriel Santa Ana al lado de una vaca recién ordeñada, sintetiza el bello mensaje del filme.