Jalonada por estudiados pero disfrutables chispazos creativos, Un cuento chino es un film pequeño con aspiraciones de obra mayor, que aunque navegue en ese tránsito intermedio alcanza igualmente resultados estimulantes. Sebastián Borensztein, el de ciclos televisivos notables como El garante y Tiempo final, demoró un poco su esperado paso hacia el largometraje, que finalmente llegó con la comedia bizarra La suerte está echada, con puntos de contacto con este nuevo film suyo aunque las temáticas sean muy diferentes.
Su segundo y misterioso opus, el thriller Sin memoria, seguramente tendrá otro estilo, pero aquí Borensztein despliega recursos narrativos y formales vinculados a un humor melancólico y tragicómico, a través del inesperado encuentro entre un porteño y un chino perdido en la gran ciudad, que busca al único familiar que tiene vivo, y al que el primero da cobijo. Una incómoda convivencia debido a la incomunicación (su huésped sólo habla chino mandarín), y las características hoscas, solitarias, obsesivas, rutinarias y pesimistas del argentino (para el que la vida es “un gran sinsentido”); asimismo atormentado por su condición de ex combatiente de Malvinas. La trama ofrece un terreno fértil para los equívocos y el paso de comedia, y el film avanza serenamente y sin pausas, con algunos momentos divertidos y otros paradojales y fantásticos a lo Tim Burton. El desenlace, ciertamente emotivo, redondea una pieza que cumple con sus objetivos pero que pudo haber dado para más. Un par de sólidos protagonistas como Ricardo Darín, exacto en cada gesto y cada frase, e Ignacio Huang, formidable revelación; se complementan con el creíble y sensible aporte de Muriel Santa Ana y los estupendos apuntes musicales de Lucio Godoy.