La vaca voladora
Sebastián Borensztein arma una efectiva comedia dramática sobre un curioso episodio real.
La suerte, el destino, la casualidad, los encuentros fortuitos son temas que estaban en La suerte está echada , la opera prima de Sebastián Borensztein en la que un pobre Marcelo Mazzarello parecía ser la persona menos afortunada sobre la Tierra. Y la situación se repite en Un cuento chino , en la que dos hombres -un argentino y, eh, un chino- están indirectamente conectados por desgracias del pasado y directamente conectados por situaciones del presente.
Jun es un joven chino que, cuando está a punto de proponerle matrimonio a su novia en un barco, es testigo de uno de los accidentes más bizarros posibles (y uno que, de una manera algo diferente, sucedió en la vida real y fue el puntapié para esta trama): una vaca cae del cielo, literalmente, sobre su chica, aplastándola del golpe.
Paralelamente, Roberto vive en Buenos Aires una vida muy solitaria. Es dueño de una ferretería que parece tener pocos clientes. Sus costumbres cotidianas son rigurosas: contar los clavos que le dan en un paquete, sacar la miga del pan francés, acostarse siempre, obsesivamente, a las once en punto. Tiene otras dos “manías”: junta diarios buscando noticias extravagantes (algunas de las cuales Borensztein recrea en viñetas muy en estilo Amélie ) y se le da por estacionar su auto frente a Aeroparque a ver despegar aviones.
En eso está cuando ve a Jun siendo lanzado de un taxi. Se acerca a ver qué sucede y el joven, que no habla ni entiende castellano, se le pega y trata de explicarle lo que pasa. Roberto, huraño como el peor, quiere sacárselo de encima, pero termina dándole pena y se lo lleva a su casa. Luego entenderá que Jun está buscando a su tío, pero no puede encontrarlo, y no le queda otra que acostumbrarse a vivir con él, lo cual es un riesgo para sus rutinas y obsesiones.
Mientras una chica del interior (Muriel Santa Ana) lo busca para salir, él sólo piensa en sacarse a Jun de encima. Pero no es fácil y así empezará una relación que será casi de tres y que terminará permitiéndole salir de ese extraño pozo en el que se ha metido por un hecho del pasado, también extraño, que lo perturba hasta hoy.
Un cuento...
es una pequeña fábula, graciosa por momentos, emotiva en otros, pero que peca por rondar siempre demasiado cerca del cliché. Tanto las risas por malos entendidos como los momentos nobles de Jun no salen del catálogo del “así son los chinos”.
Darín hace que el filme vibre porque casi todo pasa a través de su cara. Una escena silenciosa en la Embajada de China la maneja de manera genial, por más que el remate “chistoso” se pase de obvio. Ricardo puede darle humanidad a una piedra, y eso genera una gran corriente de simpatía respecto a un personaje casi insoportable.
Y si bien uno no es del todo ducho en mandarín, podría asegurar que Ignacio Huang está más que a la altura de las circunstancias a la hora de seguirlo a Darín en sus peripecias.
Un cuento...
no será un filme brillante y basa su humor en confusiones algo excesivas (¿tanto tiempo le toma encontrar a un traductor?), pero es efectivo, entretenido y termina logrando llevar a los espectadores a algo parecido a la emoción. Y si hablan mandarín, llorarán el doble.