Una mirada hacia los prejuicios
Con el protagónico de Ricardo Darín, quien logra aquí una auténtica composición de trabajo actoral, la película se dispara a partir del encuentro entre un ferretero y un inmigrante chino, lo que da lugar a una acertada crítica social.
¿Cómo definir a este film que se presenta como comedia y emerge como un drama? ¿En qué rubro ubicar, si es que esto es tan necesario, esta obra del realizador de La suerte está echada que arriesga, que se atreve, que aborda algunas cuestiones marcadamente ausentes en el cine argentino? Marcando las diferencias pertinentes, algo señalaba respecto del film que pudimos ver el año pasado, que no tuvo recepción de público, que pasó ya en parte al olvido: Miss Tacuarembó, de Martín Sastre.
A diferencia del film citado, aquí sí el público asiste dándole la bienvenida al film. Tal vez guiado por la huella que Darín va dejando en nuestro cine (tengo mis propias reservas, en este punto), el gran público se acerca con abierta confianza a ver el film y lo que encuentra en la pantalla no es ya a su típico personaje, sino a otro, en un auténtico trabajo de composición actoral, que lo corre de lugar de sus films más exitosos.
Puede llegar a ocurrir que el espectador asocie a su personaje, Roberto, con el que interpretaba Jack Nicholson en Mejor... imposible. Igualmente toda la trama remite, en parte, a aquel que hoy se sigue comentando a la hora de recordar a los maniáticos y obsesivos de la pantalla. Pero claro está, el film respira porteñidad, y los personajes secundarios están retratados con esa vena aparentemente naturalista que, inmediatamente, y sin avisar, dejan un renglón de puntos suspensivos.
La vida de Roberto, que lleva adelante de manera excluyente su pequeña ferretería, transcurre entre rituales horarios, manías instituidas, expresiones acotadas y encogidas. Desde su álbum de recortes de noticias periodísticas vive igualmente sus propias fantasías, en los que asoman el riesgo y el erotismo.
Desde una galería recortada de personajes, que definen cierto tipo de arquetipos, Un cuento chino va marcando, desde lo traumático, un nexo con el pasado, con un hecho histórico, bélico, y al mismo tiempo va desenrrollando su mirada sobre el absurdo; que ya, desde la primera secuencia, se instala en el film. Pero será esta misma situación inicial que le otorga al film un tono de fábula, lo que ya al final, sobre los créditos, resignifique gran parte de lo narrado, remarcando toda una postura crítica respecto de la construcción de la realidad.
En Un cuento chino algo está por acontecer, irrumpir, sin pedir permiso, en la vida de Roberto. Su cruce involuntario con un joven oriental, que no alcanza a pronunciar una sola palabra en castellano, lo ubicará en el terreno de una impensada aventura. Y serán entonces los gestos, las actitudes corporales, las señales, las que comienzan a dominar la escena; una escena armada en un disparar de tensiones y de situaciones insólitas.
La llegada del joven extranjero llevará a Roberto a plantear una nueva búsqueda. Tironeado por las demandas de uno de sus clientes y la simpatía de su vecina, ahora Roberto ha comenzado a experimentar sus contradicciones de manera más vital. Un cuento chino es una historia que apunta a no tener un final, ni en el orden de lo personal ni en la situación externa. Basta mirar detenidamente el afiche y enfrentarse a una yuxtaposición de figuras y sentidos que rechazan toda resolución normativa y ordenadora.
Film atípico y provocador, que mira hacia los prejuicios sobre el otro y las actitudes discriminatorias, Un cuento chino marca otro lugar para el público: aquel que él mismo va construyendo desde su experiencia en el propio y particular devenir de la historia que se nos va narrando.