El siempre rendidor Ricardo Darín encarna a Roberto, un hombre solitario enojado con su vida. No es que viva mal o que pase apuros financieros, sino que es de aquellas personas resentidas, rencorosas, que se hacen problemas aún por las cosas más insignificantes. Sujeto de la rutina, vive suspendido en un instante, haciendo las mismas cosas una y otra vez, apagando la luz a la misma hora, pasando los días exactamente iguales como los clavos que cuenta para ver si otra vez lo han timado. Colecciona noticias tragicómicas de todo el mundo y le gusta sentarse en el aeroparque a ver las llegadas y partidas de los aviones. Es así que conoce a Jun, quien poco tiempo atrás perdió a su pareja cuando una vaca cayó del cielo, un chino que no habla una sola palabra de español y con el que inicia una relación que le cambiará la vida.
Es la barrera del idioma lo que dispara el conflicto e impone un ritmo centrado principalmente en el desarrollo de Roberto, un Darín que siempre brilla, quien deberá socializar a la fuerza con el exterior. Es que más allá de que su interlocutor sea un oriental que no lo entiende, él tampoco tiene amistades ni familia, por lo que se sentiría incómodo aún hablando con alguien en su mismo idioma, a quien por cierto no habría tenido la amabilidad de invitar a su hogar en caso de encontrarlo. La relación entre uno y otro estará muy bien manejada por ambos actores, que cuentan con el timing preciso para llevar adelante una entretenida película con algunas escenas bien logradas, como las recreaciones mentales de las muertes de las noticias que son de lo mejor. Más allá de lo efectivas que puedan ser estas situaciones, la película adolece de una constante vuelta sobre lo mismo, recurriendo más de la cuenta a malentendidos o insultos al aire de Roberto por ejemplo, los cuales si bien pueden resultar graciosos pecan de repetitivos.
Un problema que no se desprende directamente de la película en sí, pero que puede llegar a afectar al espectador que ha atravesado la misma situación, tiene que ver con la difusión que se hizo de la misma. Quien haya escuchado o leído alguna entrevista a quienes participaron de la realización o alguna sinopsis de poco más de dos renglones se va a encontrar con que se explica la motivación de Roberto para ser tal cual es. Uno podría pensar entonces que se trata de un detalle, algo de lo que se puede dar cuenta en el comienzo, pero nunca se puede suponer que lo que se revela como adelanto tenga su explicación en el clímax de la película. Básicamente uno conoce la respuesta aún antes que se formule la pregunta. Más allá de este grueso error de promoción Sebastián Borensztein, guionista y director, logra llevar adelante una divertida propuesta con la que supera en calidad a su primera obra, La suerte está echada, y mantiene la promesa que en un futuro su carrera cinematográfica se equiparará con la televisiva.