Realismo mágico (y fallido)
Protagonizada por un elenco rebosante de nombres conocidos (de Colin Farrell a Russell Crowe, de Jennifer Connelly a Will Smith), Un cuento de invierno comienza en 1895, cuando una pareja de inmigrantes rechazada en los Estados Unidos decide arrojar a su bebé en una pequeña balsa. Veinte años después, aquel niño flotante es ahora un ladrón (Farrell) en conflicto con su jefe (un Crowe aún más exagerado que en Los miserables pero que al menos no canta). Cuando el primero sea salvado por un caballo blanco volador y el segundo tenga una entrevista personal con el mismísimo Lucifer (“Lu”, para los amigos) quedará claro que la obviedad alegórica, lo metafísico y el misticismo serán unas recurrencias a lo largo de las siguientes dos horas.
Más de 700 páginas, saltos temporales y una buena dosis de realismo mágico, entre otros elementos, hacían de Winter's Tale una de esas novelas a priori infilmables. Hasta que el veterano guionista neoyorquino Akiva Goldsman (Yo, robot, Soy leyenda) se animó no sólo a adaptarla, sino también a dirigirla. Había alguna posibilidad que el asunto saliera bien (lo mismo se decía de Cloud Atlas), pero el resultado es un pastiche de saltos temporales (de 2014 a 1895 y después a 1914 y otra vez a 2014), una película actuada a reglamento, melosa y más preocupada por mostrar que todo está conectado con todo que por construir una narración eficaz y coherente, una historia que toma a la fantasía como una carta blanca para torcer la lógica de su universo.