Se puede hacer una película cursi bien; es decir, romántica en serio, con convicción. Si eso es lo que se busca, claro. ¿Ejemplos? Yendo en retrospectiva se me ocurren en principio “If Only”, “Hope Floats” y “The Secret Garden”; “Slumdog Millionaire”, si sirve más una pieza exitosa y multipremiada; y por supuesto cualquier cosa basada en una novela de Nicholas Sparks. Sin embargo a veces sucede que la autoconciencia juega en contra tanto para los que miramos cine como para los que realizan un film.
En una escena de “Un cuento de invierno” aparece Will Smith como Lucifer y lo que allí se ve hace que todo lo que la película venía contando (una historia de amor y milagros, del bien como luz –literalmente, la novela en que está basada tiene una fijación con el poder de la luz- eterna) con los elementos correspondientes, se vea puesto un tanto en duda. Se produce allí un ruido, no porque haya que situarse por completo en uno de los dos lados (en esta ocasión, la ridiculización o el drama real), sino porque molesta y nos pone a pensar en cosas que nos sacan de un relato que se supone nos debe sumergir en la pantalla. Al menos eso es lo que propone Goldsman con la música, una empalagosidad de Hans Zimmer y Rupert Gregson-Williams que está siempre en primer plano; o la cinematografía de Caleb Deschanel, una imagen con retoques varios que realzan el componente fantástico de la trama y con una candidez deudora de cualquier romance.
Sobre esto último, debe decirse que aunque los diálogos contienen una sarta importante de pavadas y no todo el argumento se comprende (se puede percibir que se trata de una novela de suficiente complejidad para ser llevada al cine: fuerzas varias del bien y del mal, diferentes temporalidades, ideologías diversas), el film encara este aspecto con madurez. Se trata de un romance adulto que, más allá de la incredulidad que pueda generar la propuesta, está interpretada con seguridad por Farrell y Brown Findlay. La joven actriz, más que parecer “la chica que está muriendo” (tipo de personaje logrado generalmente con maquillaje de más y menos de actuación), habita el papel y le da vida, con su voz y su mirada. De vuelta del otro lado, no fue hace tanto que Crowe le puso el cuerpo a un film -hablamos de “El hombre de acero”- que sí se creía la Leyenda (con mayúsculas, si se quiere), más allá del grado de solemnidad. Las lecciones de este film no son indispensables pero yo, que creo en el destino, me vi desconcertado ante su actuación en un estado de ánimo distinto que me impedía creerme el cuentito de invierno que en algunas escenas la película parece querer construir. Y no, no es el único problema. “Un cuento de invierno” es una película que sufre la adaptación, que no está fluidamente narrada y tiene giros dramáticos bruscos…pero no podemos hacer la vista gorda cuando se involucran superestrellas de este calibre; menos si se trata de Will Smith interpretando al mismísimo Diablo.