Akiva Goldsman es la mente detrás de varios blockbusters como “El código Da Vinci” y la saga de “Actividad Paranormal”. En esas cintas y otras ha cumplido los roles de guionista y productor, pero este año decidió ir más allá y se lanzó a la dirección con “Un cuento de invierno”(USA, 2014), inclasificable y caótica historia de amor.
A comienzos del siglo XX, un ladrón (Colin Farrell), se enamora de una joven enferma (Jessica Brown Findlay- Lady Sybil Branson en “Downton Abbey”). Ella es la hija de un multimillonario (William Hurt) a quien intentaba robar. El flechazo es instantáneo y a pesar que el padre en un principio se opondrá a la relación, con el tiempo se comprará el cariño no solo de él y de Beverly (Brown Findlay) sino el de toda la familia.
Faltó decir que Peter (Farrell) tiene una historia bastante particular. Sus padres lo abandonaron de pequeño y fue adoptado por Pearly Soames (Russell Crowe), el jefe de la mafia de NY, con el que intentará romper su vínculo para poder dedicarse a su amor. Pero Pearly, oscuro malhechor, que busca la aprobación constante de Lucifer (Will Smith), obviamente, no lo dejará por lo que acosará a la pareja hasta las últimas consecuencias.
Hasta ahí una parte de la trama. Porque un día Peter despierta sin memoria en el siglo XXI y decide recuperar su pasado. El recuerdo de una misteriosa dama de cabellos rojos lo persigue (Beverly era pelirroja) por lo que ayudado por Jenniffer Connelly, una periodista del diario The Sun, que curiosamente es propiedad de los herederos (familia Penn) de aquel multimillonario padre de Beverly, intentará dilucidar su vida.
Las conexiones entre los personajes se justifican a partir del hecho que “lazos de luz que las personas mantienen entre sí” los unen. Dato maniqueo y caprichoso, más cuando este punto es tan sólo uno de las disparatadas ideas que se presentan a lo largo del filme.
Beverly, en su enfermedad (con altas temperaturas) veía los haces de luz todo el tiempo. Peter intenta que se le aparezcan. Pero no los ve. Y ahí es cuando misteriosamente comienza a recordar ayudado de algunas reliquias escondidas en la estación central de Nueva York su historia. Todo agarrado con pinzas y con un esfuerzo por parte del espectador para armar el rompecabezas inmenso.
En “Un cuento…” hay muchos problemas de narración (no de puesta en escena, que es bella e impactante). Quizás el principal obstáculo de Goldsman fue tratar de abarcar casi literalmente la exitosa novela de Mark Helprin, sin pensar que hay veces que es mejor dejar fuera algunas cuestiones y darle un mayor sentido y entidad al producto final.
La utilización del realismo mágico como constructor de un verosímil que nunca aparece, el recurso de los viajes en el tiempo, la incorporación de caballos alados (que se escapó de la presentación de TRISTAR PICTURES), estrellas guías, la hiperbolización de los extremos bondad/maldad, diálogos pseudo filosóficos, solemnes, viejos (“somos máquinas que necesitan un poco del universo para funcionar”), y otros excesos (todos los que se puedan imaginar), no alcanzan para a cerrar una historia que intenta adaptar algo inabarcable (un poco lo que le pasó a los hermanos Wachowski con “Cloud Atlas”).
Más es menos dice una vieja máxima. Goldsman parece desconocerla. Y el caos impera en una película que bien podría haberse enfocado en algunas ideas del libro original para reflejar con honestidad la historia de amor de dos opuestos en medio de una espiral de violencia. Desaprovechados todos los actores. Un pastiche casi sin sentido.