El pequeño Stefek es el corazón y el espíritu de Un cuento de verano y es quien permite que se sostenga y funcione la ligereza del relato.
En tiempos de orígenes nolanescos, donde para incidir en el destino y las decisiones de los demás hay que crear infernales mecanismos de puesta en escena, a Stefek y Elka les alcanza con olvidar intencionalmente un paquete de papel madera con una hamburguesa en su interior. Películas como Un cuento de verano son un soplo de aire fresco que nos devuelven la mirada al mismo centro del cine, a lo que importa verdaderamente: los personajes y la historia, retroalimentándose. Sin embargo, esa no es la única lección que el polaco Andrzej Jakimowski nos deja.
Verdadero antídoto contra películas pesadas, pedantes y pretenciosas, Un cuento de verano también estimula otra región del cine: la de las películas festivaleras, las del cine independiente que descree de la diversión o la suavidad para retratar un mundo que no tiene por qué ser ideal. Los hermanos Stefek (Damian Ul) y Elka (Ewelina Walendziak) no las tienen todas consigo, pero no por eso el director se ha ensañado con edificarles un universo sórdido y en el que sólo se trasmita el dolor. Y, aclaremos, no por eso el film es sensiblero o facilista; tiene sus alegorías, sus reflexiones y la honestidad a flor de piel.
Y además, otro milagro del celebrado Jakimowski, teniendo a un simpático nene de seis años como protagonista y a un pueblito como espacio, nunca cede ante la tentación de explotar miserablemente lo amable, lo queriblelo entrador. Sin golpes bajos, sin sensiblerías, cursilerías o ramplonerías, Un cuento de verano muestra básicamente los días de Stefek y Elka, entre la necesidad de encontrar un trabajo ella y la búsqueda del padre desaparecido hace años que emprende él.
Si bien el título que le pusieron por estas latitudes quiere jugar con la superficie apacible del film y vincularlo con Eric Rohmer y su amabilidad, lo cierto es que el original Trucos es más preciso. Es que de ellos se valen Stefek y Elka para intentar torcer determinadas situaciones: cual efecto dominó, creen que un movimiento determinado es el inicio de una sucesión que puede cambiar el curso de las cosas. Y Stefek se empecinará en emplear este mecanismo para que retorne su padre, posiblemente ese hombre que todas las tardes toma el tren en el pueblo.
Esto, que puede parecer un poco pedante, está pensado desde los personajes y, más aún, del punto de vista candoroso, aunque nunca recargado, del pequeño Stefek. Él es el corazón y el espíritu de Un cuento de verano y es quien permite que se sostenga y funcione la ligereza del relato. Como buen chico, Stefek cree que todo es posible y que nada se le puede interponer en el camino. Película humilde y pequeña en su factura, pero grande en reverberaciones, Jakimowski logra combinar temas y obsesiones que otros no han podido conjugar sin sonar pretenciosos. La simpleza con lo que todo fluye en esta película no disimula, de todas maneras, la amarga reflexión final: no todo está al alcance de nuestras manos e, incluso, todo fin necesita un sacrificio.