El diablo televisa a la mañana
Hay dos superficies sobre las que uno puede surfear en Un despertar glorioso. Por un lado, aquella que es la columna vertebral del film: cómo la joven productora Becky Fuller (Rachel McAdams) logra que el programa televisivo matutino Daybreak pase del fondo de la tabla del rating a ser uno de los más vistos, cuando tiene todo en contra. Y por otra parte, esa otra cuestión que aborda la película de Roger Michell de modo lateral, aunque fundamental: cómo esa misma productora logra que el eximio periodista Mike Pomeroy (Harrison Ford) pase de ser un tipo despreciable, impasible ante el dolor ajeno, a por lo menos alguien un poco más amable. Todo esto ocurre en medio de un film que es principalmente una comedia, pero que deriva por momentos hacia lo romántico para aumentar aún más la torpeza de la pobre Becky.
Tal vez la palabra del párrafo anterior que mejor le calza a este producto es “superficies”. Porque Un despertar glorioso llega en todos los temas que aborda, desde los más banales hasta los más importantes -y hay cosas interesantes que se debaten allí dentro-, hasta apenas los primeros cinco centímetros de profundidad. Esto es malo y es bueno. Malo porque estando bien presente la cuestión de la televisión como espectáculo -siempre berreta- o como didáctica e informativa, el guión de Aline Brosh McKenna sólo se anima a hacer los comentarios más obvios. Y bueno, porque después de todo se trata de un film carente de pretensiones, que no quiere ir más allá del entretenimiento más o menos brilloso, que por momentos logra.
El nombre de Aline Brosh McKenna es para tener en cuenta. La guionista fue también autora de la adaptación de la interesante El Diablo viste a la moda, film que ponía también a una joven profesional, workaholic para más datos, en medio de un ámbito laboral complejo y en el que tenía que lidiar contra una jefa terrible y tremenda. Aquí, con sus diferencias, pasa más o menos lo mismo. Aunque Michell parece menos preocupado en el subtexto que en desarrollar el conflicto a toda velocidad, teniendo más presente la comedia clásica con sus diálogos en forma de dardo que la vertiente más moderna. Un despertar glorioso, entonces, abandonada a la suerte de su efectividad como comedia, espera siempre que el carisma de McAdams y Ford, más Diane Keaton, tenga a mano una chispa especial para encenderla.
Decíamos que uno de los temas que la comedia abordaba era la lucha entre la televisión entretenimiento en su costado más bajo (lo que muchos llaman “televisión basura”) o la posibilidad de ser un medio para comunicar cosas de valor para la sociedad, representado en el Pomeroy de Harrison Ford, un viejo periodista que se ve obligado por contrato a conducir Daybreak con evidente fastidio. Y en este sentido hay apenas anotaciones al margen sobre qué debería ser la televisión, aunque por momentos se celebre la berreteada con la que el programa escala en el rating. Sin embargo -en lo más interesante que tiene para aportar la película- Un despertar glorioso nunca termina por definirse ni por dejar una idea más o menos cabal sobre qué piensa del asunto. Esa confusión ideológica es relevante porque pasa la pelota al espectador para que decida él mismo, si es que tiene ganas, y luego de haber disfrutado -si es que la pasó bien- cómo sufría el pobre Pomeroy. Y es que los guiones de McKenna, tras su trivialidad y su adoctrinamiento a fuerza de clisés, tienen una cierta honestidad que los hace rescatables.
Y así las cosas, si Un despertar glorioso termina por ser un entretenimiento menor y simpático es por el carisma que desprenden en su relación McAdams y Ford, y por cómo ese vínculo se va forjando. El agrio, obviamente, se vuelve más amable a partir de las lecciones que le va dando la otra, sumamente enérgica y vital, quien parece nunca agotarse de los desplantes del periodista. Y, para más datos, el film deja de lado cualquier conexión romántica entre ellos -e incluso se olvida de la relación entre la joven y otro periodista- para centrarse efectivamente en el vínculo que nace entre dos colegas, dos profesionales, con sus razones, frustraciones y demás, sin mayores pretensiones que eso. Como la película misma.