Luego de haber perdido su trabajo como productora en un magazine nocturno Becky asiste a una entrevista para hacer lo mismo pero en una cadena de televisión. Habla demasiado, gesticula todo el tiempo y, como suele sucederle en su vida privada, arruina el encuentro y debe irse derrotada una vez más. La cámara acompaña de frente a la joven abatida mientras un piano musicaliza la triste situación. Esta estructura de cuento infantil, a saber: la protagonista es la mejor en lo suyo pero sólo ella y los espectadores lo sabemos, mientras que jefes y su propia madre la llaman patética, es algo que se va a mantener a lo largo de toda la película, que será reforzada con personajes muy lineales y con todos los elementos puestos a la orden del siguiente gag.
Como si se tratase de uno de los programas matutinos que ella produce, con bajo presupuesto y utilizando tarde lo que otros ya hicieron, Morning Glory se construye en base a retazos de otras películas. Aline Brosh McKeena saca mucho de su guión de uno muy bueno que escribió años atrás, The Devil Wears Prada / El diablo viste a la moda, calcando el papel de Rachel McAdams del que interpretara Anne Hathaway y privilegiando nuevamente el ámbito laboral al romántico en la construcción de la historia. Por otro lado el juego entre Diane Keaton y Harrison Ford parece repetir Something’s gotta give / Alguien tiene que ceder, con la “gran” diferencia de que en esta oportunidad es el hombre el amargado y no la mujer.
Da la sensación que si se la dejaba fluir con mayor naturalidad se podría haber obtenido un resultado más simpático, sin embargo se necesita sobreexplicar tanto que los personajes terminan pareciendo maniquís. Esto se vislumbra en forma más evidente con Becky y Mike Pomeroy (Ford), en quienes la película se termina centrando haciendo literalmente a un lado a Keaton. Que McAdams constantemente agite sus brazos, se atropelle al hablar y se golpee con cada elemento del decorado parece tan actuado que llega el punto en que termina por molestar, en especial porque en algunas escenas se la verá dialogando sin mayores inconvenientes y se extrañará esa soltura. En el caso de él la faceta de hombre duro y enojado está demasiado exagerada, lo peor serán las caras en que mezcle firmeza y estupor, incluso soltando gruñidos como si se tratase de Clint Eastwood en Gran Torino, sin embargo el mejor Harrison que se vea será aquel que se mantiene rígido pero no en forma tan evidente. Son estos detalles puestos tan en la superficie los que acaban por construir una historia a fuerza de gags ya mostrados y personajes trillados.
El director de Nothing Hill, Roger Michell, es el encargado de llevar adelante una historia poco original que desperdicia los recursos que tiene a su favor, y que sólo logra ser divertida por escasos minutos cuando en el programa se pierde cualquier temor al ridículo y se hace lo necesario para levantar el rating. En las películas citadas anteriormente son paradójicamente los roles de los mayores los que las revitalizan, con una Meryl Streep en uno de sus mejores papeles en los últimos años, o con una Diane Keaton y Jack Nicholson ofreciendo un duelo cómico actoral sumamente atractivo. Quizás se podría haber intentado esta fórmula en Morning Glory en lugar de dejar que Ford opaque a su compañera de equipo. Habría sido más interesante ver cómo se sacan chispas entre ellos en lugar de reducir el triángulo que la historia propone a una figura con sólo dos lados.