La vida cotidiana de una estación de trenes y su gente
En forma documental, el director Juan Dickinson se propuso un retrato de la estación Constitución y todos los personajes que se mueven en ese micromundo: vendedores, maquinistas, menesterosos, oportunistas o inoportunos. El realizador y coguionista tomó a algunos de esos personajes para retratar sus existencias y padeceres. Aquí están un viejo violinista que, al son de una monótona música, desea ser tenido en cuenta más allá de la limosna que recibe, o esa pareja que llega a la estación y se pierde en la multitud, o un periodista y su camarógrafo que tratan de dejar para la posteridad rostros y actitudes de pasajeros apurados y mercachifles que extienden sus improvisadas mesas repletas de comidas o suvenires.
Con mirada atenta, Dickinson logró atrapar a esa multitud y la convirtió en una masa uniforme que pasa por los vestíbulos y por los andenes de la estación quizás en busca de sus hogares o de sus soledades. El realizador supo colocar su cámara en los lugares más inverosímiles -una terraza que las luces de la noche iluminan entre sombras y carteles inmensos; los altos techos desde los que se muestra al gentío que va y viene por los vestíbulos-, y así este documental se convierte en un gran ojo que espía un día cualquiera en esa estación porteña. Una acertada música y una impecable fotografía son un plus para este film que simplemente habla de la gente, de esa gente que cotidianamente concurre a sus trabajos o quizá se dispone a pasar un día sin problemas en algún lugar del conurbano. Y, sin duda, Dickinson logró su cálido propósito sin pretensiones ni grandeza, dos elementos que hacen de este documental un atípico muestrario de la fauna humana.