Madrugada. Las 5:00 en Buenos Aires. Particularmente, en la estación Constitución y en la plaza del mismo nombre. La película Un día en Constitución tiene un poder de observación a través de la cámara como pocas veces se ve. Las imágenes van desfilando ante los ojos del espectador al ritmo sincopado del jazz, la bossa nova o el tango electrónico. Música de ciudad, de asfalto, neones y un tablero electrónico que marca la hora y el pulso de ese pulmón fundamental de Buenos Aires.
Desde el primer tren hasta el último, Un día en constitución nunca para, aunque se detenga por momentos a observar lo que pasa. La cámara se posa en los rincones altos de los andenes y de la Terminal para mostrar desde esa inmensa altura la danza de gente que viene y va durante todo el día.
Parece un documental, pero no lo es. O mejor dicho, lo es a medias.
En vez de caer en lugares comunes como entrevistar a un panchero con la estética de “Policías en Acción”, el director Juan Dickinson y el productor Fernando Musa, se han puesto a observar detenidamente todo lo que pasa allí hasta dar con “algo”. Ese algo cuya búsqueda es anunciada por uno de los personajes. Una suerte de “capo” del lugar que lleva a uno de los camarógrafos a recorrerlo todo hasta encontrar “la posta” de lo que va a pasar.
Un día… nos propone a cada uno detenernos a mirar a la gente de todos los días hasta construirnos una historia. El director eligió armar pequeños retazos de ficción con aquellos personajes que le habrán llamado la atención y por eso esta película no pertenece sólo a un género. Vale decir, no deja de ser una observación minuciosa sobre una estación de tren y sus alrededores pero a su vez ofrece una paleta de personas sobre las que se arman pequeños microcosmos de su andar cotidiano. Una camarera, una prostituta, un guardia, un artista callejero, etc; pero cuidado: estos personajes son guiados por un falso documental, solamente para ser parte de la protagonista exclusiva de la película: la estación Constitución. Por que si bien hay una cámara que sigue a cada uno, también hay otra que mira fijamente a los colectivos afuera, la comida chatarra, los carteles, los horarios de salida de tren y a toda la gente que integra ese ecosistema. Dickinson deja ver que Constitución es el lugar en donde alguien puede perderse para siempre o volver a encontrarse. El polo extremo entre frustración y esperanza y sobre todo la gran bestia que devora y vomita gente desde sus puertas hacia la vida diaria.
Hay imágenes de esta película urbanamente poéticas. Prodigiosamente fotografiadas por José María Hermo y editadas por Fernando Vega y Eva Poncet, tres técnicos a tener en cuenta como garantía de buen gusto para sus trabajos futuros. La música de Pablo Gignoli, está durante casi toda la película, marcando claramente los momentos del día y algunas acciones dramáticas. Todos al servicio de una obra que el director, evidentemente, siempre tuvo clara desde la primera locomotora que enciende su motor hasta el último pasajero que vuelve a su casa.
Sí. Los 63 minutos de Un día en Constitución se pasan volando, como la vida diaria. Quién pudiera salir de la rutina simplemente observando así y con la imaginación dispuesta.