Mundo en tránsito
Retrato de una zona que pasó del fulgor a la decadencia.
Constitución es un microcosmos, tan populoso que podríamos hablar de cosmos, en el que se cruzan diariamente miles y miles de historias. En un formato de 35 milímetros, inusual para documentales de estas características, el realizador John Dickinson retrató la estación y sus alrededores: un universo observado a la distancia -con algunas breves aproximaciones a ciertos personajes-, que nos transmite, sin enunciarlo, un antiguo esplendor venido a menos.
Lo curioso es que Dickinson no se limita al documental de observación: a mostrar, a través de meras imágenes, las multitudes en tránsito, la marginalidad o los contrastes entre la majestuosa arquitectura de la estación y la decadencia por su falta de mantenimiento. Incluye brevísimas historias con seres arquetípicos del “mundo Constitución”: un maquinista, dos policías, un hombre que perdió su trabajo y se niega a asumirlo, un chico que se acerca a un gimnasio de boxeo, una prostituta o una moza de un bar que trabaja de mala gana. Esta decisión, la de intercalar pinceladas de historias en medio del devenir real de la zona, es uno de los puntos más débiles de la película.
El documental carece de voz en off, testimonios, material de archivo o sobreimpresos con datos: su intención no es informar, sino retratar una zona porteña recargada de mudas alegorías. Lo logra, con mayor intensidad, cada vez que la cámara se distancia, para capturar detalles humanos o arquitectónicos, no cuando añade fragmentos de historias “interpretadas”. Las imágenes de lo real, en Constitución, son más que suficientes, con su desbordada elocuencia.
Como lo adelanta el título, el filme abarca un día entero, claro que ilusorio, construido con retazos de imágenes diversas, entre las que no faltan las de manifestantes en el hall central. Entre ellos, gente que vive en la calle, trabajadores de la zona, pasajeros a la carrera: pasividad y vértigo, pequeñas sociedades y gran indiferencia.