Belleza Japonesa.
Finalmente llega a nuestras carteleras la película ganadora de la competencia internacional del Festival de Mar del Plata, edición 2008. Un film dirigido y escrito por el japonés Hirokazu Kore-eda, uno de los más aclamados cineastas orientales de los últimos tiempos. El mismo que hace unos años nos hizo entristecer y mucho con aquellos niños abandonados por su madre en el excelente drama Nadie Sabe, y en los noventa realizó el audaz y experimental film After Life, donde aborda la temática de la vida después de la muerte.
Ahora, con Un Día en Familia, incursiona en los lazos familiares y en ciertos modos de relaciones universales, tal como lo son los conflictos generacionales y las pérdidas a medida que transcurre el tiempo, más allá de la cultura que los atraviese.
Una familia que en las formas parece unida, aunque en sus raíces más profundas es altamente disfuncional. Ambientada en las afueras de Tokio, pero que tranquilamente se podrían trasladar estos conflictos y configuraciones vinculares, a una parentela porteña, lo que varían son los rituales culturales, en vez de juntarse a comer asado o pastas, lo hacen con sushi.
Los sujetos que la integran están formados por: un padre autoritario, aunque en decadencia, con lo cual su palabra ya perdió mucho poder; una madre adorable, ocurrente y lúcida pero con un cinismo tal que es mejor tenerla lejos; un segundo hijo que se aleja del estereotipo familiar, se dedica al arte, armó pareja con una mujer viuda y mamá de un niño, además tiene bastantes conflictos sentimentales; una hija, la menor, que intenta por todos los medios unir de alguna manera esta familia disfuncional; un hijo, el primogénito, que cumplía los ideales paternos, pero que falleció trágicamente, hace quince años; y los nietos, como esa tercera generación que le dan frescura y aire a tanta historia personal asfixiante de los adultos.
El plan es el siguiente: juntarse un día, todos en familia, en la residencia de los padres, para conmemorar un nuevo aniversario del fallecimiento del hijo mayor. Y es ahí dentro de un ambiente cálido y cotidiano que van a ir fluyendo rencores, reproches, frustraciones y desilusiones de uno y otro lado.
Esto se logra hacer debido a la habilidad narrativa que posee Kore-eda, quién bajo la modalidad de comedia, esconde un impactante drama que nos hace reír, para no llorar. Los diálogos son imperdibles, la ironía más inteligente aparece de la manera más elegante y nadie queda a salvo. Todos los integrantes están con los mecanismos de defensa a flor de piel, para no quedar arrasados por los ideales y mandatos familiares y sociales.
Para ello el cineasta nipón, se vale de planos y secuencias que transmiten muy bien el espacio familiar desde un tono intimista, la cotidianeidad es una gran protagonista; la puesta en escena refleja situaciones que van desde el cepillado de dientes hasta el cargar la heladera, sin embargo en esos matices se reflejan los diferentes conflictos individuales y vinculares de los miembros de este clan. Se le da especial preponderancia a los trenes que atraviesan durante todo el metraje y a las caminatas por las escalinatas, donde se metaforiza en estos planos, ese contacto con el mundo exterior, esa salida a una realidad distinta.
Cotidianeidad agobiante, que es trasladada al espectador, gracias a un muy buen reparto, el cual brinda unas sólidas actuaciones, todas muy realistas y creíbles. Hay que destacar el trabajo de Kirin Kiki, en el papel de esta abuelita simpática y madre abnegada, pero que entre recetas y lengua filosa, no deja títere con cabeza; de hecho ganó el premio a la mejor actriz de reparto en los Asian Film Awards, edición 2009.
Otro acierto es el trabajo del niño, quien al no ser aún parte de la familia, la mira y curiosea desde afuera con una enternecedora espontaneidad. Kore-eda ya ha demostrado en Nadie Sabe, su gran habilidad para dirigir actores infantiles y hacer que estos logren trabajos interpretativos notables, aquí es gracias a los primeros planos que captan muy bien, las expresiones que el pequeño va manifestando, mientras observa a esta “nueva” familia.
Caminando sería la traducción del título original, mucho más apropiado con lo que transmite el film, que una denominación tan básica como lo es Un Día en Familia. Nos habla del paso, pero también del estancamiento del tiempo, y del peligro del eterno retorno. Oscila entre la comedia y la melancolía, no hay situaciones urgentes a resolver, todo va fluyendo de manera espontánea, con lo cual corre el riesgo de aburrir a un público ávido de conflictos puntuales más determinantes.
Ninguno de sus personajes, es idealizado o defenestrado, cada cual hace lo posible para sobrevivir y relacionarse con el otro, de la manera que mejor o peor le sale, como la vida misma, como nosotros mismos. Por eso la frase célebre de Jorge Luis Borges viene reflejar de manera brillante a esta simpática, pero también perturbadora familia: “No nos une el amor sino el espanto, será por eso que la quiero tanto”.