Melina Terribili tiene algunos documentales sobre su espalda. Mas allá de la disparidad de la calidad final (la floja y sobrevalorada “Años de calle” (2011) vs. “Cirquera” (2012), por ejemplo), es indudable su talento técnico tanto para la compaginación como para la dirección de fotografía. En este último punto, sumado a la espontaneidad (¿ensayada?) lograda con Carmen Jiménez Fernández y Sheila Ferré Milán, es donde “Un día gris, un día azul, igual al mar” encuentra sus mejores virtudes.
La idea de tomar la letra de Roberto Ternán del tema “Igual al mar” como fuente de inspiración para contar la historia de amor entre estas dos chicas no es aleatoria, pues la canción tiene un sabor agridulce entre lo positivo y lo negativo de las cosas, en este caso de la situación que ellas viven.
Ambas habitan en un barrio periférico, eminentemente gitano, de una ciudad de Andalucía, pero podría ser también en una villa de la costa atlántica. La geografía no parece importar demasiado, en cambio sí el contexto social pues se trata de dos personas casi sin oportunidad de salir de ese estado. Una no hace nada (Sheila), la otra trata de estudiar un oficio para conseguir trabajo e intentar salir de su casa en la cual padece algunos mandatos, ayuda a su madre depresiva y a su padre con su aseo personal. Aquí, la fotografía se vuelve importante para desplegar un gris omnipresente logrando una atmósfera opresiva, sin esperanza.
Ambas construyen su relación con mucha fluidez y apoyan su proyección soñando con huir de allí a una casa en donde poder ser felices, libres del entorno sin importar las carencias.
El problema es la construcción de la historia. Siendo ambas (co-dirige Luciana Terribili) directoras vinculadas con el documental, hay vicios de los cuales no pueden escapar. Uno de ellos es la reiteración de secuencias tomando como eje la situación cotidiana de Carmen: afeita al viejo, busca trabajo, llega a su casa y consuela a su madre, se encierra en su cuarto, llega Sheila furtivamente, se acuestan y charlan de los proyectos hasta apagar la luz dejando un par de frases con gancho como para funcionar como nexo de la progresión dramática. Luego de un rato, en el cual la presencia de no actores se hace evidente (alguno que mira a cámara), las imágenes dejan de contar y la obra sí pasa a una sensación de documental innecesariamente disruptivo de una propuesta que no parecía serlo.
Otra dificultad, más difícil de sobrellevar, es la escena del comienzo pese a la superlativa construcción de cuadro con un edificio de departamentos tomado en día nublado, pero con un verde de árboles y flores que resplandece (esto del vaso medio lleno, el lado luminoso de lo oscuro, etc). Luego veremos a Carmen, embarazada, sola, fumando en la ventana, para luego sumar un sobreimpreso que nos lleva a dos años antes. Con esto, luego de la primera secuencia, el guión se revela absolutamente obvio, pues con cierta capacidad de observación de esa primera escena no quedará sorpresa ni vuelta de tuerca, ni mucho menos actuaciones, que generen al menos un poco de interés mientras se resuelve el conflicto. Perdón: “conflicto”.
“Un día gris, un día azul, igual al mar” se estrena como documental, pero tiene sólo algunas características porque la presencia de una narración (o un intento de serlo) es innegable con lo cual todo queda en una suerte de híbrido que atrae por la riqueza técnica más que por lo que muestra.
Otro documental. Aunque no parece. Una ficción. Aunque no pretenda serlo. A veces sí, a veces no. Una de cal, una de arena. Bueno, se llama “Un día gris, un día azul, igual al mar.”