Un pequeño estreno -dos horarios, una sala- para un documental pequeño pero consciente de su forma. Un día gris, un día azul, igual al mar está enmarcado por los mismos planos -el comienzo nos envía a dos años atrás para luego contar un año en la vida de los personajes y luego volver al tiempo inicial, el presente del relato-, tiene claro el andamiaje de motivos visuales y narrativos (los pasillos, las escaleras, la cama, la luz que se apaga) y las situaciones que se repiten como signos de puntuación: la televisión, la comida frente a sus imágenes, la afeitada, la calle como espacio de socialización, las apuestas, etc.
Toda esta claridad y esta conciencia están al servicio de la historia de Carmen y Sheila, enamoradas que viven en un barrio gitano de la periferia de Granada (Andalucía, España). Carmen cuida a su padre anciano y a su madre enferma, busca trabajo, y va a una escuela de oficios mientras está desempleada. El amor que se tienen con Sheila es lo que ilumina su vida, pero, a la vez, lo debe mantener oculto frente a su familia y su comunidad.
Cuando se centra en Carmen y Sheila, la película de las hermanas Terribili crece en intensidad emotiva y en cercanía con las protagonistas: o bien la cámara se hizo parte de estas vidas hasta desaparecer de su radar o, más probablemente, se hicieron representaciones de situaciones ya vividas (reenactements). Sea como sea, las situaciones son de notoria eficacia y enorme verosimilitud. La relación entre Carmen y Sheila atraviesa alguna crisis, y allí está la cámara, que también registra momentos cotidianos del barrio que no las incluyen directamente, que pausan el relato y -más que airear- desvían el foco. El cuidado expositivo de la película -claridad, conciencia formal, situaciones cercanas y verosímiles- tambalea un poco sobre el final, como si no se llegara de manera fluida al desenlace sino en función del material disponible, que pareciera más limitado en el último segmento, con menor posibilidad de elección de escenas para cerrar este documental en el que los personajes hablan entre sí y nunca con la cámara, y que en sus mejores momentos funciona como una ficción de narrativa tenue.