Días a escondidas
Los suburbios de Granada, el barrio gitano, la cotidianeidad, los edificios grises. Las hermanas Terribili nos presentan una nueva película documental que ingresa de manera íntima en el día a día de un hogar gitano, más precisamente el de Carmen, una joven de 21 años desempleada y a cargo de sus padres ancianos, que mantiene desde hace tiempo una relación secreta con otra mujer.
Las imágenes discurren sin ningún preámbulo, podemos casi respirar la intimidad de estas dos muchachas, sus encuentros a escondidas, los silencios, el conflicto de llevar adelante un amor que dentro de la comunidad a la que pertenece Carmen está totalmente prohibido. De manera paralela, se nos presentan las dificultades de la España actual, donde encontrar un trabajo para alguien joven es prácticamente una hazaña y más aún si no ha completado sus estudios y si pertenece a la comunidad gitana.
Las protagonistas de esta historia dialogan entre ellas, casi como si no existiera la cámara. Y de ahí surge la incertidumbre de si se está frente a una reconstrucción ficcional o a la vida misma de ambas, documentada en directo y a escondidas. Los minutos transcurren detenidos, en silencio, alternando entre los cuidados de Carmen a sus padres, la limpieza, la vida en el barrio, las búsquedas infructuosas de trabajo, las clases de un curso de asistencia a mayores y esos fugaces encuentros amorosos. La película alcanzará cierta intensidad cuando los conflictos se acrecienten y ambas lleguen a discutir la posibilidad de que Carmen abandone la casa familiar y enfrente así el contexto social al que pertenece.
Se trata de una película muy simple, donde la cotidianeidad y la inercia sobrepasan el conflicto que se intenta mostrar, algo tan profundo y dramático como puede ser una relación homosexual dentro de una familia conservadora de la comunidad gitana. Por otro lado, son rescatables los momentos íntimos entre las muchachas, la naturalidad con la cual la cámara los captura. Es evidente la intención de intimidad de parte de ambas directoras, como si la cámara fuera parte de esas paredes donde trascurren los hechos o uno más de sus habitantes, dejando el conflicto central casi en un segundo plano que, de hecho, concluirá generando más interrogantes que respuestas, de manera casi imperceptible.