Una comedia menor que podría haber funcionado mucho mejor de transcurrir hace sesenta años en lugar de en la actualidad, lo nuevo de Allen cuenta las paralelas desventuras en Manhattan de una pareja de veinteañeros interpretados por Timothée Chalamet y Elle Fanning.
Más allá de alguna que otra excepción, las mejores películas que hizo Allen en los últimos tiempos transcurren en el pasado, como es el caso de sus dos más recientes films, CAFE SOCIETY y WONDER WHEEL. Viendo UN DIA LLUVIOSO EN NUEVA YORK se entiende la razón. Es que, lo quiera o no, sus películas parecen datadas en una época que no se corresponde del todo con el presente. Los diálogos, las actitudes y referencias de sus personajes, los motivos, la estética y hasta la fotografía parecen pedir a gritos ser trasladadas al pasado. Vivirían más a gusto allí. Seguramente como él.
Su nueva película transcurre en la actualidad pero si uno le cambia tres bromas, un par de celulares y los modelos de algunos coches bien podría transcurrir en algún punto entre 1955 y 1960. Si alguno ha visto la serie THE MARVELOUS MRS. MAISEL, que sí transcurre a principios de los ’60, podrá darse cuenta de sus parecidos. El problema del film de Allen es, en cierto punto, su anacronismo, ya que no se trata de un presente exagerado para parecer salido de una vieja época, sino uno que –da la impresión–, Allen entiende como natural. Y de natural no tiene nada. Dicho de otra manera, de haber puesto un cartel en el que se leyera “1958” al principio, la película tendría otra gracia. Mejoraría mucho.
Así y todo, para ser lo anacrónica que es, UN DIA EN NUEVA YORK es bastante amable, simpática y entretenida. Sus chistes funcionan de la manera en la que funciona cierto humor de salón, casi de fiesta familiar en la que algún tío simpático sabe algunas bromas y las cuenta con picardía. Es la historia de una pareja de novios de la universidad que viajan a pasar un fin de semana a Nueva York ya que ella tiene la suerte de que le han concedido una entrevista con un famoso cineasta y él, neoyorquino de pura cepa, aprovecha el viaje para acompañarla y mostrarle la ciudad que él ama. O, digamos, las partes y lugares de la ciudad con las que se siente a gusto. Que no son todas.
Sí, el personaje se llama Gatsby Welles (lo interpreta Timothèe Chalamet, en una versión más lánguida y un poco menos neurótica que la habitual imitación de Allen que hacen los protagonistas de sus películas) y ya el nombre nos pone en el terreno del retro. Es un personaje que podría haber salido de EL CAZADOR OCULTO, de J.D. Salinger: un rebelde a lo Holden Caulfield, cuyo universo es el de los bares de jazz a media luz, los salones de juegos de cartas, el coqueteo con la prostitución y los restaurantes de los hoteles clásicos de Manhattan. Quizás, digamos, la suya era una posible forma de rebeldía hace 60 años. Hoy, más bien, parece el protagonista de un tour guiado para visitantes nostálgicos de una Nueva York que no existe más. Y acaso, sin saberlo, lo sea.
Este rebelde multimillonario (los valores de las propiedades de Manhattan en las que circulan sus familiares lo dejan en claro) no quiere saber nada con sus muy tradicionalistas padres que lo ven como un hijo díscolo y no quiere que sepan que él estará en la ciudad, ya que justo ese fin de semana sus padres organizan uno de esos eventos culturales para amigos que él tanto desprecia. Su plan es hacer la suya con su chica, pero una vez que ella se enreda con su admirado cineasta, el viaje ideal del muchacho se complica. Y no importa que él se llame Welles. Ella prefiere al otro.
Ashleigh Enright (Elle Fanning) es la clásica chica simpática y un poco tontuela tan cara al cine de Allen. Parece haber descubierto el cine –y casi cualquier manifestación cultural– anteayer y haber aprendido las referencias de memoria para impresionar a su novio. Su día está marcado por una serie de enredos que empiezan con la crisis del director en cuestión (Leiv Schreiber), siguen con los problemas amorosos del guionista de sus films (Jude Law) y continúan con un fortuito encuentro con un galán de turno (de turno en 1945, digamos) que encarna Diego Luna. Es así que la chica planta al bueno de Gatsby, quien a su vez se topa con viejos conocidos en ese pequeño barrio que es Manhattan. Entre todos ellos se destaca Shannon (Selena Gomez), hermana de una ex novia, con la que se ve involucrado casualmente en la filmación de una película.
La idea permite a Allen volver sobre algunos viejos hábitos, haciendo una especie de grandes éxitos de su humor más accesible apoyándose en el evidente tono anacrónico del asunto, algo que la fotografía de Vittorio Storaro empuja aún más a la superficie. Lo que es imposible de dejar de lado –y es ahí donde lo anacrónico se confunde con lo obtuso– es su visión recalcitrantemente sexista y su imposibilidad de representar algo que mínimamente se asemeje a la realidad de las vidas de una pareja de estudiantes universitarios de hoy.
Es cierto, UN DIA LLUVIOSO EN NUEVA YORK es orgullosamente “anticuada”, se apoya fuertemente en un imaginario nostálgico que precede todavía al cine del propio Allen. Y es por eso que funcionaría mejor como un film de época. Es difícil tomárselo en serio en tiempo presente sin sentir que buena parte de las cosas que podrían funcionar en 1958, digamos, ya no funcionan más. Son personajes y situaciones desfasadas en el tiempo (no en la realidad, ya que eso en este contexto importa poco) y, a la hora de las resoluciones dramáticas y actitudes de los personajes ante determinados conflictos, ese ruido se siente.
De todos modos, si uno no se pone excesivamente fastidioso con este tipo de cosas (o si el lector es un fan de Woody Allen acérrimo que no quiere ni le importa discutir nada en su obra) disfrutará bastante de UN DIA LLUVIOSO EN NUEVA YORK. Es una película menor pero no es mala y es una pena que su distribución internacional esté empañada por asuntos que no tienen nada que ver con el cine (ni, al parecer, con la Justicia). Es una distinción que es importante hacer. El cambio de época ha permitido notar en el cine de Allen ciertas ideas, si se quiere, bastante retrógradas respecto a varios asuntos. Pero solo sirven para pensar y analizar su obra. El resto, en este más que complicado caso, es un asunto que no le compete a la crítica cinematográfica.