Volvió Woody Allen al mundo, excluyendo a los Estados Unidos donde, paradójicamente, se sitúa la película, como el nombre lo indica. En fin, no vamos a entrar aquí nuevamente en la cuestión acerca de la vida privada de Allen, sus problemas con la ley y con las acusaciones. Hablemos de cine.
Es evidente que Woody no tiene mucho más para decir respecto del mundo, y que, con el tiempo, se ha vuelto un poco más misántropo aunque todavía cree en cierta forma del amor. Aquí hay varias historias, cuyo núcleo es el personaje de Elle Fanning, una chica que no solo tiene que pasar un fin de semana con su novio en Nueva York sino, también, realizar algunas entrevistas para un trabajo relacionado con el mundo del cine. Esto se estructura con personajes que ya son modos de Woody: la chica que parece ingenua y termina ridiculizada, la joven buena, el joven inseguro y un poco neurótico, los señores con poder y un poco o un mucho lascivos.
De algún modo, todos estos personajes son destilados del propio Woody, más allá de la obviedad de que pertenecen a su cerebro. Son, también, la representación ambigua de su Nueva York, ciudad amada pero siempre vista un poco como esas cosas que nunca se alcanzan, a la que en última instancia –como a la protagonista– se ridiculiza un poco.
Hay buenas frases, buenas secuencias y buen humor. Y hay una idea en tiempos en que la juventud se ve como vanguardia del mundo: la edad no garantiza bondad o inteligencia. Ni para mal ni para bien. No es poco.