Tal vez uno de los principales atractivos de Un Dios Salvaje radique en la chance de observar lo chula que puede resultar Kate Winslet cuando se afloja la blusa y se permite un par de tragos de más. Una visión por demás deliciosa, más si Kate lleva adelante su numerito en el comedor de tu casa, aún cuando el motivo de su visita radique en el hecho de que su hijo le bajó dos dientes permanentes al tuyo.
Así, en un palacete de Recoleta -dentro de un living-room plagado de bellísimos ejemplares Taschen- se sucede un match entre dos parejas sólidas y establecidas. El motivo del cónclave ya ha sido especifiado en el párrafo anterior: En una pelea cuasi callejera, el hijo de Jodie Foster y John C. Reilly termina con dos teclas (dientes) menos. El agresor resulta ser el hijo de Kate Winslet y Christoph Waltz.
Un Dios Salvaje parte de una pieza teatral, de la cual se nutre Roman Polanski para llevar adelante un bienvenido pingpong entre estos cuatro monstruos (nos referimos tanto a sus trayectorias como a sus personajes en sí), y aunque echemos de menos ciertos factores que Polanski siempre supo llevar adelante con envidiable pulso, debemos convenir que aquí tenemos una generosa cuota de intensidad en un espacio bastante reducido. Lo que habla a las claras de la destreza del realizador en tanto puesta y en tanto dirección de actores. Es la clase de film que podría llegar a compararse (en la filmografía del director) con Death and The Maiden, film con el cual comparte espacios reducidos, bandos actorales claramente definidos y la reticencia de los mismos a abandonar sus posturas, así sean falsas ú oscuras.
El devenir de la charla, con cafecitos y pastel (un pastel que cobrará protagonismo con el correr de los minutos), demostrará que la parejita bienpensante y progre es bastante malcogida y que la parejita profesional y letrada sucumbe cuando el blackberry se queda sin baterías.
Tal vez surja un problema de empatías con Un Dios Salvaje, tal vez nos cueste un Perú identificarnos con los protagonistas de ese universo ABC1 de bibliotecas nutridas y tulipancitos holandeses sobre la mesita ratona. Donde encontraremos alguna que otra identificación será en la fiereza a través de la cual los papis defienden (ó destrozan) a sus propios hijos.