A pesar de su gran elenco y de la dirección de Polanski, el film deja "sabor a poco"
Un director de renombre que ya ha trabajado varias veces con pocos personajes encerrados en una locación (Roman Polanski), una obra teatral exitosa de una autora consagrada ( Un dios salvaje , de Yasmina Reza) y cuatro intérpretes de primera línea (Jodie Foster, Kate Winslet, John C. Reilly y Christoph Waltz) para una historia que desnuda la hipocresía, la doble moral, el cinismo de dos matrimonios representativos de una clase media-alta de Nueva York que, tras esa cáscara de corrección política y de buenos modales para la "sana" convivencia, esconde las peores miserias. La propuesta funciona, pero con semejante talento reunido el todo aquí resulta bastante menos que la suma de sus partes.
Un niño de once años es atacado con un palo por sus compañeros de escuela y en el incidente pierde dos dientes. Los padres del agredido (Foster y Reilly) y del agresor (Winslet y Waltz) se reúnen en un elegante departamento de Brooklyn para solucionar el tema en buenos términos. A fin de cuentas, son profesionales, intelectuales y empresarios que gustan guardar las apariencias, que viven orgullosos de su civilidad, de la forma racional en que resuelven sus conflictos.
En esos primeros minutos, los cuatro comparten un té y charlan con amabilidad sobre la receta de una torta, mientras se dedican cumplidos y se unen en el rechazo a la violencia irracional de los menores. Cuidan cada una de las palabras para no herir susceptibilidades, para no ser malinterpretados.
Sin embargo, detrás de todo ese muestrario de cortesía y comprensión se percibe un malestar creciente, una calma que precede a la tormenta, una tensión latente que el más mínimo desajuste o desatino puede hacer estallar.
Y así es. Cuando todo parece solucionado, cuando los buenos vecinos están a punto de despedirse, la tregua se quiebra. La inoportuna llamada al celular del abogado, el vómito de la experta en finanzas, el exabrupto del comerciante, el comentario desafortunado de la escritora obsesionada por Africa y, de golpe, todo comenzará a enturbiarse, a degradarse de manera progresiva. Lo que antes era compostura se tornará reproche, agresión y humillación, lo que estaba contenido se desatará y los cuatro irán mostrando su cara hasta entonces oculta y patética.
Polanski y sus actores trabajan este crescendo , este efecto bola de nieve de los personajes con criterio, con incuestionable profesionalismo, sin perder la credibilidad, pero también de manera bastante previsible. El director de El escritor oculto va cambiando los planos fijos iniciales por una puesta en escena cada vez más nerviosa, más "sucia", pero la película nunca alcanza una dimensión (una entidad) cinematográfica suficiente como para superar la sensación de estar ante una sesión de teatro filmado.
En este sentido, Un dios salvaje se ubica por debajo de otros trabajos del realizador, como El cuchillo bajo el agua , Repulsión , El bebé de Rosemary o El pianista . Una película sólida y correcta como ésta sería para festejar en la mayoría de los casos, pero viniendo de Polanski y de estas verdaderas figuras de la actuación deja gusto a poco.