Un salvaje ausente
La última realización de Roman Polanski es una película de autor. Allí se encuentran presentes cada uno de los rasgos temáticos y estilísticos que han dado a su obra una coherencia y una solidez notables. El único inconveniente es que estas características en Un Dios salvaje han perdido fuerza, provocación y seducción. El resultado es una película lavadita cuyos resortes cinematográficos son resignados a favor de una puesta excesivamente teatral, donde dos parejas desnudan progresivamente sus miserias y su incomunicación a partir de un encuentro motivado por un incidente entre los respectivos hijos.
Todas las constantes del director polaco están en esta comedia dramática: estructura circular, predilección por los espacios cerrados, los duelos dialécticos y los cambios de roles entre los protagonistas, la humillación en todas su variantes, la influencia de Hitchcock, entre otros ejes. Sin embargo, son pocas las veces en las que uno reconoce en el film la mirada de la cámara para acentuar la ambigüedad y enriquecer expresivamente los vericuetos de un guión adaptado, hecho que fue una marca registrada del polaco a lo largo de su carrera (aún en una película muy criticada y subvalorada como La muerte y la doncella, cuyo genial montaje ya superaba cualquier lastre teatral).
Lamentablemente, en este caso, el texto de Yasmina Reza (guionista de la película y dramaturga) se impone con la tiranía de la palabra y con la mediocridad de situaciones forzadas (los artilugios de los personajes para entrar y salir del espacio en cuestión, la alienación del marido que atiende constantemente el celular y descuida a su mujer, la obsesiva y compulsiva conducta de una esposa que no entiende a su compañero) y un texto que no supera la medianía en los diálogos por la alusión a varios lugares comunes, más allá de la capacidad actoral de los cuatro protagonistas y de escasos momentos de humor.
Las imágenes que acompañan los créditos iniciales auguran el mejor camino posible. Somos invitados a mirar de lejos y a adivinar de qué se trata ese tumulto de niños en un hermoso parque; uno comienza a presumir que, detrás de ese marco idílico, asistiremos a conductas inapropiadas. Luego, un fundido en negro borra de un plumazo lo anterior y ya ingresamos en un monótono festival dialéctico que, pese a su corta duración, se torna fatigoso. Es indudable el oficio del director polaco para seguir los movimientos de los personajes, pero al mismo tiempo se extrañan esos deformes rostros tan caros a su filmografía (el recurso de hacer vomitar a la siempre atractiva Kate Winslet no alcanza).
Si la excusa es demostrar como tesis que las parejas hoy en día viven incomunicadas y consagradas al consumo capitalista, la forma es muy banal. Dos imágenes de Búsqueda frenética (otra película subvalorada por la crítica), la inicial y la final, hablan más de la crisis matrimonial que todo este reservorio verbal gratuito. Lejos, muy lejos de los desafíos técnicos de El cuchillo bajo el agua, de la opresión claustrofóbica de El inquilino y de la maravillosa El escritor oculto, Un Dios salvaje es también el síntoma de una época, donde grandes autores se han vuelto perjudicialmente impersonales (a juzgar por las últimas obras de Scorsese, Cronenberg, Van Sant, entre otros). Una lástima.