Basada en la obra teatral “Le “Dieu du Carnage”, de la autora francesa Yasmina Reza, llega a las pantallas de cine este filme que resulta de la traslación hecha de la obra original al guión cinematográfico por la misma autora en colaboración con el director del filme Roman Polanski..
Muchos tildarán a lo expuesto en la pantalla como teatro filmado, pero estarán cometiendo un error grave y antiguo. Ya antes de la incorporación del sonido a la cinematografía ambas expresiones artísticas se habían separado definitivamente. Es verdad que al principio el teatro fue fuente de inspiración para el cine, de la misma manera que el manejo audiovisual del cine terminó por modificar mucho de la puesta en escena teatral. Tanto sea desde los planos sonoros, la iluminación, los espacios y, sobre todo, el fuera de cuadro, o el comúnmente mal llamado off.
El gran Roman Polanski hace muy buen uso de los elementos inherentes al arte del cine. Los correctos movimientos de cámara, la detención en pequeños detalles, el trabajo del sonido, aparecen impecable, como así también la manera que explota, y muy bien, los espacios reducidos, una especialidad del realizador, a los que debe delimitar las acciones, pero ello no alcanza para configurar una gran obra cinematográfica, y eso se debe al específicamente a problemas en el texto.
La historia es muy sencilla. Dos parejas de padres se reúnen para resolver un conflicto entre sus hijos de once años, quienes han sostenido una pelea violenta a resulta de la cual uno de ellos presenta dos dientes menos.
Los anfitriones, padres del damnificado, Penelope (Jodie Foster) y Michael (John C. Reilly) con toda delicadeza tratan de exponer sus puntos de vista, y redactar la carta respecto del incidente para ser presentada ante las autoridades escolares. Por su parte la otra pareja parental, conformada por Nancy (Kate Winslet) y Alan (Chrisotph Waltz), sólo van poniendo algún límite sobre el escrito en cuestión.La pequeña anécdota termina con la impresión del escrito.
Se trata de parejas representantes de la clase media alta neoyorkina, que denotan mucha amabilidad, mucha cortesía, mucha sonrisa...pero con toda la hipocresía que parece querer poner de relieve el texto de Reza. Es allí donde se aprecia el primer tropezón del texto: la justificación del retorno de la pareja visitante hacia el interior del departamento, luego de despedirse, se torna no sólo inverosímil sino hasta incomprensible desde la construcción de los personajes. Simplemente una excusa para que, a medida que el conflicto se acentúa recurre, constante e innecesariamente, a reiterar la razón de la reunión, cayendo en una escalada de violencia verbal, mucho mayor al episodio de los chicos que generaron el encuentro de sus progenitores.
Esta variable es la que permite que cada personaje tenga sus cinco minutos de protagonismo absoluto, y los actores den rienda suelta a los recursos interpretativos que poseen.
Posiblemente por ser el personaje que produce más empatia con el espectador, Michael, el dueño de casa, es el exponente de una estética muy distinta a la de los restantes, por tratarse de un hombre sencillo en cuanto a su formación intelectual, que se maneja por lo que le dictan los afectos más que el intelecto. La mejor interpretación del cuarteto protagónico.
En contraposición Alan, un prestigioso abogado, con muchas ansias de dinero y poder, esta construido sobre la base de puro cinismo y sarcasmo, es quien aporta las expresiones más filosas, no exentas del mejor humor, sin que ello sólo por definición sea muy bueno. A esta altura de los acontecimientos, y luego de varias apariciones en la pantalla grande de Christoph Waltz, no se sabe si los directores le exigen siempre las mismas características para cada personaje para el que es convocado, o si el actor es en realidad un cínico.
En una escala inferior aparecen los personajes de las madres, no del todo bien construidas, pero igualmente muy bien interpretadas, encarnadas por las ganadoras de sendos premios de la Academia de Hollywood, aunque debido a otras interpretaciones.
Una comedia que se avecina con el drama, humor, hecho en principio con delicados matices, para luego transformarse en patéticos, mostrando las bajezas de cada uno de los personajes, salvo Michael. Un texto que deviene en tristeza a causa de intentar mostrar un hondo contenido humano y no conseguirlo demasiado satisfactoriamente.
Este humor, por momentos melancólico, puede hacer pensar en las miserias cotidianas, al estilo de Anton Chejov, pero muy lejos en los resultados, ya que los giros propuestos forzadamente por el argumento lo termina transformando en demasiado pueril, o infantil, sin nada de profundidad psicológica.
Igualmente uno sale del cine cuestionándose muchas cosas, sobre todo en lo referente a las funciones paternales, pero eso excede al producto como tal.