Roman Polanski maneja, como pocos realizadores de las últimas cinco décadas, el absurdo que surge de lo real, las situaciones de encierro, el surrealismo cotidiano y -cuestión técnica- la dirección de actores. Sin dudas, es el director ideal para llevar a la pantalla esta obra de Yasmina Reza, éxito en todas partes -incluido nuestro país- dado que esta historia de dos pares de padres discutiendo “amablemente” la agresión de un chico de once años a otro deriva en una comedia negra y absurda que no dista mucho de los elementos de Cul-de-sac o Repulsión. El problema es que a Polanski aquí le interesa mucho más el texto que el cine, el actor que la puesta en escena, florearse con un reparto perfecto antes que dar del asunto una visión personal. Aún están sus planos enrarecidos por ese pequeño ángulo de cámara que vuelve todo caricaturesco, claro. Salvo que no siempre resulta pertinente. Los actores -Waltz, Reilly, Foster y Winslet, en ese orden de mérito- están muy bien. Pero esto no es más que teatro filmado de un modo casi impersonal.