Un ángel exterminador neoyorquino
Cuan una emanación moderna de El Ángel Exterminador de Luis Buñuel, los protagonistas del último film de Roman Polanski, Kate Winslet, Christoph Waltz, Jodie Foster y John C. Reilly, jamás salen de la locación que los encuentra reunidos en la primera escena del film. Los hijos de ambas parejas se han trabado en lucha, resultado por el que uno de ellos ha perdido dos piezas dentales.
Los padres del agresor se acercan a pedir las disculpas del caso pero nada saldrá como ellos esperan. El matrimonio de Nancy (Winlset) y Alan (Waltz) son los padres del agresor. El es un exitoso abogado con poco tiempo para ejercer su rol parental, ella una eterna conciliadora que sólo busca llegar a un acuerdo luego de los eventos ocurridos. Por otra parte, los padres de la víctima del ataque, Penélope (Foster) y Michael (Reilly), son una pareja simpática, sobre todo el marido que tratará de obtener el arrepentimiento del agresor.
Así las cosas, aparece un quinto elemento que es definitorio en la trama y presente en todas las obras del director polaco: el encierro. Tal vez como una representación del propio ánimo del director que por sus delitos cometidos hace más de veinte años aún no puede pisar suelo norteamericano, la falta de libertad ambulatoria siempre se encuentra presente en sus obras. Quizás como una forma de exorcizar sus propios demonios personales a través del celuloide.
El hastío que genera el verse de frente con aquello que nos molesta en el otro termina operando como disparador para que nuestras propias falencias salgan a escena, de la manera más tosca e irrefrenable. Así, el buenazo de Michael comienza invitando una copa de whisky, mientras que el hiperquinético de Alan habla por teléfono con sus clientes y el alcohol empieza a desinhibir a los disertantes. Penélope, también movida por la incomodidad del momento y la aparente impostura burguesa de sus visitantes, empieza a hartarse de ellos, perdiendo poco a poco la compostura.
Todo empieza a caer como un castillo de naipes descontrolado y pronto la cortesía forzada dará paso a la sinceridad más fulminante de las formas corteses.
Los cuatro intérpretes del film nos brindan actuaciones impecables mucho más palpables, claro está, al momento de perder el control. Waltz en su papel de villano y hombre fuerte de negocios termina robándose el film, con la clara complicidad de Polanski. Foster nos brinda un maravilloso ejercicio de contención de las propias emociones que termina en un devastador y delicioso estallido de furia contenida. Reilly interpreta a un amable vendedor de productos para el hogar de una casa multimarca, tal vez por su propio oficio las buenas formas son parte de su dinámica de comunicación, pero el encierro jugará sus cartas. Kate Winlset interpreta a la mujer y madre fiel, siempre predispuesta al diálogo y pilar infaltable para el equilibrio familiar. Sin embargo, será el detonante de la debacle doméstica.
Un Dios Salvaje es la adaptación cinematográfica de la obra teatral de Yazmina Reza, que fuera interpretada hace poco tiempo en nuestro país por Gabriel Goity, Fernán Miras, Florencia Peña y Maria Onetto con gran éxito y maravillosas actuaciones. Es un film pequeño, con una historia mínima pero con enormes conclusiones sobre nuestra idiosincrasia; nuestro nivel de tolerancia y por sobre todo nuestro verdadero ser, muchas veces camuflado bajo el ropaje del buen ser social.
El diálogo suele ser el vehículo para la resolución de los conflictos para el hombre social, en este caso Polanski ha pisado el acelerador y su film más reciente Carnage es el resultado de esa carrera frenética.