Discusiones de (y entre) parejas
A sus 78 años, a Roman Polanski le sientan bien, muy bien, los ambientes de encierro.
Cómo le gusta, le sienta bien a Roman Polanski moverse en ambientes opresivos. Sean reducidos por espacio ( La última puerta ) o como en El inquilino , o por momentos en Repulsión , cuando las paredes forman parte del acoso que sienten los protagonistas. No había por qué imaginar que al trasladar Un Dios salvaje , la pieza de Yasmina Reza, no iban a quedarse él, con sus cuatro personajes (y el espectador) encerrados en un cuarto.
Tal vez al estilo de su La muerte y la doncella , sobre la obra de Ariel Dorfman, la adaptación de Un Dios salvaje es terribemente fiel al orginal. De hecho, la hicieron Polanski y Reza... Alguna que otra línea de diálogo, un paso por el baño en suite de los Longsteet, la pareja que recibe al matrimonio Cowan, o el pasillo del edificio, rumbo a los ascensores, son los únicos atajos con que el director de Barrio chino planea airear la trama. Por el resto, queda todo igual, excepto la apertura y el cierre: el filme abre en un parque y se ve, de lejos, la agresión de un chico hacia otro, que es la base en la que se sustenta la obra y el motivo por el que ambas parejas se encuentran. Allí y en el desenlace –para ser estrictos, el final “cambia”- son los únicos momentos en que se escucha la música de Alexandre Desplat.
Lo que parece ser una mera reunión para conciliar posiciones entre los padres del niño agredido y los del agresor, que son los visitantes, da lugar a un campo de batalla.
Contradicciones, autoritarismos, irritación, egoísmos, ánimos conciliadores, apoyos, provocaciones: todo sucede en la continuidad de los 75 minutos reales y corridos en ese living del departamento. Cuando la dueña de casa, Penelope (Jodie Foster), sienta que alguien amenaza su orden o principios, mostrará las uñas. Las mismas que tiene bien ocultas su esposo (John C. Reilly), mientras Nancy (Kate Winslet) parece componer las cosas y su esposo (Christoph Waltz) no deja de habla por el celular.
Y allí hay una diferencia notoria, ya que Polanski elige recortar con primeros planos a Waltz, cuando en el teatro sus conversaciones eran siempre a un costado de la escena. La escenografía es cargada.
“¿Por qué sos agresivo?” tiene por respuesta “Soy sincero”. Entre momentos de absurdo (ayudados, no sostenidos, por el consumo de alcohol) y complicidades de género, la obra llega a su fin y nos quedamos pensando en la sinrazón de tanta pelea, y el póker de grandes actuaciones que han quedado allí, encerradas entre cuatro paredes.