El hacer gala durante tanto tiempo de la corrección política establece, a fuerza de repetición, una suerte de radiografía de la idiosincrasia de un pueblo o de un país. Por eso es muy difícil encontrar en el arte cinematográfico hollywoodense algún ejemplo de interpelación al sistema, o al menos a una parte de él. No está ni bien ni mal, dependerá en todo caso de lo que cada uno va a buscar cuando entra al cine. Por ejemplo,
“Un don excepcional” tiene chances de ser una crítica al sistema educativo, una denuncia social respecto del trato que se dispensa a personas con características sobresalientes, una mirada ácida sobre los mandatos paternos (o maternos por caso), y hasta una aguda observación sobre la pasividad judicial frente a casos especiales. Sin embargo todos estos temas, presentes en esta historia, conforman simplemente un contexto sobre el cual se apoya el personaje central, acaso mostrado como “víctima” del mismo.
Mary (Mckenna Grace) es una niña de siete años prodigio en matemáticas y resolución de cálculos, además de un notable manejo dialéctico “no acorde” con su edad. Su papá (Chris Evans) lo sabe, pero tiene una postura frente a esta circunstancia que consiste en enviar a su hija a una escuela pública con la intención de verla crecer en un ámbito más cercano al mundo real. Todo lo contrario a lo que piensa la abuela (Lindsay Duncan), quien insiste en meter a la niña en una institución para superdotados. En definitiva, uno está más preocupado por la parte afectiva que el otro. A estas posiciones antagónicas se le agrega una tercera pata dramática que no sólo es la falta de la madre (fallecida hace poco), sino la influencia que su ausencia ejerce en el accionar de todos.
En la dosificación de la información sobre este último personaje es donde el director hace relucir su oficio para jugar con la pulsión de su película, y por ende la capacidad para mantener al espectador entretenido y pendiente de la suerte de Mary. Es eso y el trabajo de esta pequeña actriz lo que justifica la corrección política y algunas escenas edulcoradas, no por el guión sino por el magnético carisma que ella desborda.
Bueno, ok. Lo admitimos. En “Un don excepcional” la música, las apariciones de Octavia Spencer como si fuese una especia de hada madrina, y la escena del abrazo al atardecer son postales preciosas que chorrean miel y a la vez, en este caso, se agradecen.