Un ladrillo más en la pared
Con un guión calcado de otras películas en que familias libran batallas judiciales por menores, asoma Un don excepcional (Gifted, 2017). La película dirigida por el estadounidense Marc Webb ((500) días con ella) se salva del bodrio gracias a las actuaciones prolijas que dan como resultado un producto por momentos entretenido pero que no pasa de ser un muestrario dramático ya visto.
Los yanquis son fanáticos de las películas de juicios. Si a esto le sumamos el morbo que genera una pelea familiar en tribunales por la tenencia de un menor, la lista sigue siendo larga. A través de la historia del cine los espectadores hemos asistido, con lágrimas en los ojos, a la suerte de Dustin Hoffman en el papel de un ejecutivo que se hace cargo de su hijo cuando es abandonado por su mujer en Kramer vs. Kramer (1979). También lidiamos frente al dolor de Sean Penn como Sam Dawson frente a la pelea legal por su hija, interpretada por Dakota Fanning, en I am Sam (2001). Estas películas de alto contenido dramático recuerdan a lo mejor del género por llevar la tensión in crescendo, sin tropiezos argumentales, aunque con algún golpe bajo inevitable.
En Un don excepcional se retoman estos tópicos. El problema es que el argumento aparece estructurado de una manera tan similar a las anteriores que la película pierde peso específico desde el vamos. No hay ningún giro argumental novedoso.
Chris Evans es Frank, un tío galán-hipster de la Florida al que su hermana, brillante en matemáticas, le deja a su hija en cuidado antes de tomar la determinación de suicidarse. Durante 7 años Frank queda a cargo de la menor interpretada por Mckenna Grace hasta que llega su abuela Evelyn - Lindsay Duncan- que pretende llevársela de ese sucio pantano para desarrollar las cualidades superdotadas que la niña ha empezado a demostrar heredadas de la madre. Por supuesto que Frank se niega y quiere que su sobrina Mary se quede a vivir una vida normal y así evitar los problemas por los que tuvo que pasar su progenitora en el pasado.
El argumento esboza cierta novedad en cuanto al enfrentamiento de dos metáforas: la razón encarnada en esa fría abuela (resuelta de gran manera por Duncan) y el humanismo caluroso aportado por un correcto pero bastante parco Evans. Sin embargo este enfrentamiento se sintetiza de manera poco inteligente en un duelo de buenos y malos con los papeles demasiado estudiados de cada lado. Las escenas de rechazo, encuentro emotivo y dolor no llegan a calar profundo ni en el rol de los personajes ni en el argumento. También falla esa estructura clásica del drama que va in crescendo hasta llegar al golpe. Al ser escenas casi calcadas de otras series televisivas o películas similares, el “efecto golpe” se diluye.
Sin dudas lo que mantiene la atención hasta el final son las actuaciones que a pesar de la prolijidad del conjunto, se ven contaminadas de un argumento demasiado visto. Lindsay Duncan es lo mejor de la película. Se nota en escena su fortísima presencia actoral al jugarla de Cruela de Vil con cara de poker. Está bien acompañada por la niña Mckenna Grace. El más flojo del trío principal es Evans que luce muy parecido a Ben Affleck: sexy pero poco emotivo.
Puede que esta película atrape a los amantes del cine dramático judicial, aunque sea un ladrillo más en la pared del género. Esa pared que los directores, en vez de construir, deberían encargarse de romper a fuerza de creatividad.