El discreto encanto de ser anciano
En Roma, Gianni vive en la casa familiar con su madre viuda. El primer plano de la película ya nos muestra su total dependencia, pero no desde el sufrimiento, sino desde la gratitud que la escena connota: le está narrando las aventuras de D’Artagnan, el clásico de Dumas. Es el primer signo de consagración del personaje hacia la simpática octogenaria. Luego vendrán otros porque la misma situación se multiplica. El día previo a la celebración de ferragosto, el administrador le propone reducirle las deudas a cambio del cuidado de su madre. Claro está, le agrega un adicional, la tía. Por si fuera poco, el médico particular le delega también a su progenitora. A partir de ahí, el relato parece volverse kafkiano por la misma imposibilidad del protagonista de cumplir con los requerimientos de las cuatro mujeres, sin embargo, Di Gregorio opta por la vitalidad antes que por la angustia, sin caer en la tentación de explotar la vejez como tema con fines melodramáticos baratos y lacrimógenos, con golpes bajos, tal como nos han acostumbrado varios oportunistas por estos lares. Todo lo contrario. Los personajes están perfectamente integrados al espacio casero y urbano de una Roma que, en pleno verano, queda vacía de italianos. Allí están los exteriores de un viejo almacén sin gente y los recorridos de la moto en busca de pescado por calles transitadas sin inconvenientes.
Un feriado particular no es la gran comedia a la italiana que algunos quisieron ver y esto, lejos de convertirse en una crítica, es en todo caso el reconocimiento a su sencillez y a su austeridad. Lejos del eco gritón de los personajes clásicos de un Monicelli, la melancólica gracia de Gianni y de sus jóvenes ancianas remite más bien a ciertas zonas del neorrealismo. Hay aquí miradas y silencios que evidencian también una faceta política, sutilmente mostrada a través de la precaria condición económica del protagonista, su lucha cotidiana, pintada con breves pincelazos (cuando va a la despensa y le fían, cuando no puede resistirse a servir a cambio de los euros, entre otros hechos) y la escasez de lujo en una Italia sacudida mediáticamente por los desbandes de su primer ministro, afecto al ruido y al desborde. Es en este sentido en que la película es política, en lo que decide sugerir, lo cual se agradece (no olvidar que Di Gregorio es el guionista de Gomorra, otra sugerente película política).
La cámara cerca, casi respirando por momentos con Gianni, ofrece un registro documental, trasunta realidad y le otorga credibilidad a la situación. Participamos de los placeres de un buen plato de macarrones y de los incesantes vasos de vino blanco, rituales que son contagiados por la forma en que el director nos acerca a sus criaturas, a su comprobable humanidad. La elección de actrices no profesionales, que incluso miran a cámara en determinados pasajes, es una acertada elección que refuerza lo cotidiano como un espacio privilegiado. Entonces, la clave de Un feriado particular pasa por combinar el placer que esto último implica sin descuidar por ello un matiz político presente. A esto remite la sonrisa prolongada del protagonista cuando decide tomarse un descanso luego de tanto trajín y se percata de la presencia del amigo durmiendo en su cama. Es el sabor agridulce de una clase que no accede a la comodidad económica deseada pero que subsiste con la energía de los afectos y de las buenas acciones, un conformismo bien saludable.