La vida útil
Una tragicomedia geriátrica que, gracias a sus intérpretes, se ubica por encima de la media de este ahora muy transitado subgénero.
Nick (Jim Broadbent) y Meg (Lindsay Duncan) son dos profesores de Birmingham (él de Filosofía, ella de Biología) que llevan 30 años juntos. Los hijos se han ido del hogar y el síndrome del nido vacío aflora en toda su dimensión. Ellos viajan a pasar el fin de semana del título a París, pero en vez de celebrar el aniversario de boda lo primero que surgen son rencores, resentimientos, reproches y frustraciones con ese cinismo cruel, demasiado al borde del sadismo, que sólo los británicos son capaces de sostener como si fuera lo más natural del mundo.
Las desventuras en París se suceden (se escapan sin pagar de un restaurante de lujo, por ejemplo) y las tentaciones también (hace mucho tiempo que no tienen sexo). Pero, como en todo exponente de este subgénero sobre “segunda oportunidades” o “nunca es tarde para...” aflorará muy de a poco esa sensibilidad, ese cariño, esa ternura, ese afecto que estaban dormidos (sepultados) tras tantos años de rutina y desprecios mutuos.
El director de Un lugar llamado Notting Hill explora con dignidad el tema de la vida útil (la sensación de que una vez que se ha criado a los hijos y se ha realizado una carrera profesional sin grandes logros ya no queda mucho por hacer) y expone esa caída de la autoestima tan propia de la llegada de la vejez (las referencias a Bob Dylan, Jean-Luc Godard y los escritores existencialistas funcionan como reivindicaciones efímeras a los héroes de la otrora contestataria y hoy derrotada generación del '60).
Puede que al lector este conflicto le suene ya demasiado trillado y algo de eso hay en la fórmula, pero allí están los dos protagonistas y un tercer personaje (un muy divertido Jeff Glodblum, como un discípulo de Nick que goza de un amplio éxito editorial y de una nueva y joven pareja) para que al final el cuentito resulte encantador y poco menos que irresistible.