El director británico Roger Michell es un especialista en comedias románticas, recordemos “Nottin hill” (1999), y en cierta medida, aunque en el contexto de comedia dramática, vuelve a poner de manifiesta su preferencia por estas temáticas.
En “Un fin de semana en Paris” instala la historia de Meg (Lindsay Duncan) y Nick (Jim Broadbent), una pareja de británicos maduros, ambos profesionales, quienes deciden celebrar el aniversario de matrimonio pasado un fin de semana en la capital francesa, recorriendo los lugares que disfrutaron en su viaje de bodas tres décadas atrás. Llevan una vida resuelta, aparentemente feliz, con los hijos independizados, pero inmersos en la rutina que termina por estallar en una crisis matrimonial contenida que los asfixia en la relación cotidiana encaminada hacia el distanciamiento y la soledad.
El viaje es un intento por superar tensiones y recuperar el amor, la comprensión y el diálogo. Nick pretende revivir aquellos momentos guardados en sus recuerdo, pero al arribar el hotel en el cual se alejaron felices entonces, ahora el estgablecimiento está en decadencia, en paralelo a sus propias existencias Meg no lo soporta, descalifica a su marido y lo lleva a instalarse en un establecimiento moderno, lujoso, en una suite con balcón que permite una bellisima vista de la ciudad de las luces.
Nada sale como estaba planeado. Van resolviendo los problemas a medida en que se les van presentando, descubriendo que la relación se encuentra en un pozo negro más profundo de los que podían suponer: él la contempla con amor, en tanto ella lo pone constantemente a prueba lastimando aún más la relación.
El encuentro casual con Morgan (Jeff Goldblum), amigo de juventud de Nick, que lo admira a través del tiempo sin que esté muy seguro del por qué, operará como detonante en el conflicto de la pareja al aceptar ésta ir a comer a la casa del viejo amigo, pues en su transcurso quedan a flor de piel la crisis individual y conjunta de los protagonistas, con particular acento en el diálogo que Nick sostiene con el hijo del dueño de casa, el que no tiene desperdicio y es clave para comprender todo el contexto.
Si bien el entramado de la narración presenta notorios altibajos, la historia resulta interesante, particularmente para los espectadores maduros, por la temática planteada, la atmósfera que logra imprimirle el realizador a muchas de las escenas, los toques de humor y glamour que se traduce en buenos momentos de los diálogos, las muy buenas actuaciones de Lindsay Duncan, JIm Broadbent y Jeff Goldblum, y, demás está decirlo, las imágenes de un Paris… que siempre es Paris… aún para lo que nunca recorrieron sus calles…más allá de las imágenes cinematográficas.