Escenas de la vida conyugal
Muy buenas actuaciones y la lucidez de la pluma de Hanif Kureishi en algunos pasajes del guión.
Hay quienes sostienen que el matrimonio y la monogamia son instituciones en vías de extinción que dentro de cien años serán recordadas como una curiosidad inconcebible. La gran pregunta, entonces, será: ¿cómo era posible convivir y mantener relaciones sexuales con una misma y única persona durante décadas? Un planteo que, en realidad, es tan antiguo como el matrimonio mismo, y al que vuelve Un fin de semana en París.
Una pareja de docentes ingleses viaja a la capital francesa a festejar sus 30 años de matrimonio. Quieren revivir el viaje que hicieron cuando recién se habían conocido; desoyen el poético consejo “no vuelvas a los lugares donde fuiste feliz” y esos tres días se transforman en una suerte de memoria y balance de su relación.
Esta es la cuarta colaboración entre el director Roger Michell (Un lugar llamado Notting Hill) y el escritor Hanif Kureishi, un vínculo que empezó en los ‘90, cuando Michell convirtió en miniserie El buda de los suburbios, novela emblemática de Kureishi. Después, crearon juntos tres películas con un punto temático en común, desafiante de un tabú social: el amor y la sexualidad en la tercera edad.
Algunos críticos sostuvieron que Un fin de semana en París podría ser la cuarta parte de la trilogía Antes del…, de Richard Linklater, pero con los protagonistas ya viejos y aburridos. También hay ecos de la dupla Woody Allen-Diane Keaton. En cualquier caso, es una película agridulce con muy buenas actuaciones (Jim Broadbent y Lindsay Duncan en los protagónicos, y Jeff Goldblum en un rol secundario), que funciona mucho mejor en sus porciones amargas que en las edulcoradas. Los personajes son, quizá, demasiado autoconscientes, pero en algunas de sus reflexiones se nota la lucidez de Kureishi, como cuando el hombre sintetiza: “En la escuela era el mejor, y en la universidad tuve momentos destacados; estoy sorprendido de lo mediocre que terminé siendo”.