El científico extraordinario empujado por su patria
Conocer –ver– la historia de César Milstein es como ver una película de ciencia ficción del tipo de las que se apoyan en la permisa “qué pasaría si...”, o sea una ucronía.
Un fueguito puede verse entonces casi como una ficción: es al mismo tiempo la historia de un triunfo y de una derrota. La personalidad de Milstein es tan interesante –es, casi, una fuerza de la naturaleza dispuesta a creer en su idea y buscar el conocimiento como quien busca un tesoro– que resulta un personaje cinematográfico perfecto. Además, combina con la inteligencia un fuerte costado ético: Milstein jamás cobró derechos por sus descubrimientos porque creía que eran patrimonio humano, lo que lo acerca todavía más a un héroe de la pantalla.
La historia es simple: formado tanto por la educación pública nacional como becado por Cambridge, extraordinario científico, se fue de la Argentina tras el golpe de Onganía (uno de los más grandes crímenes cometido en nuestro país, siempre opacado su efecto por las tinieblas de los 70) y comenzó su trabajo capital, el que lo llevaría a crear la técnica que permite la creación de anticuerpos monoclonales, el trabajo por el que ganó el Nobel en 1984. Para entonces, Milstein era –en toda ley– ciudadano británico. Ésta es la historia conocida por todos y que el film, realizado con amor y humildad, muestra sin diluir su interés.
La otra historia es la del fracaso argentino. En cierto modo, la película narra cómo sucesivos gobiernos en la Argentina han impedido su desarrollo intelectual, que es también base de su desarrollo científico y económico. De hecho, este Milstein cinematográfico es pariente de muchos otros personajes del cine más tradicional: el hombre que deja su patria para seguir un sueño y construirse, además, a sí mismo. En el fondo, Un fueguito muestra la tragedia de que vivamos no en la tierra prometida, sino en el país que sigue expulsando.