"¡Despierta, Héctor!". Los ecos de ese llamado resuenan en el inicio de Un Gauchito Gil, arriesgada apuesta del director Joaquín Pedretti sobre el revés de un mito popular. Héctor Soto (Celso Franco) despierta en los Esteros del Iberá, como un Ulises perdido en un extraño laberinto de ofrendas y premoniciones. Acompañado por Quiroz (Jorge Román), quien lo viste de héroe y lo consagra al destino de un elegido, Héctor desanda el camino de su propio extravío, guiado por la misión de rescate de un niño y la promesa de un encuentro con 40 cabezas de ganado.
Pedretti combina lo sagrado con lo profano, tiñendo de azul y fuego los retazos de la adoración popular que sus personajes representan. Si bien por momentos el simbolismo parece dejar de lado a la historia, las canciones en guaraní, las ceremonias paganas y los sonidos de una selva abrasiva configuran un paisaje inquietante, no tan frecuente en el cine argentino, que afirman un universo de singulares ideas.